La corrosión es el deterioro de un metal debido a una reacción química o electroquímica con su entorno. Es un proceso natural que convierte un metal refinado y útil en un estado más estable, como un óxido, hidróxido o sulfuro. La forma más común de corrosión es la oxidación, en la que el metal reacciona con el oxígeno, formando óxido, como el óxido de hierro. La corrosión representa un costo económico significativo a nivel mundial, por lo que su prevención es un campo de estudio crucial.
La corrosión generalmente ocurre a través de un proceso electroquímico que requiere un ánodo, un cátodo, un electrolito y una conexión metálica. El ánodo es el área del metal que se oxida, liberando iones metálicos y electrones. Los electrones fluyen a través del metal hasta el cátodo, donde reaccionan con el oxígeno y el agua del entorno. El electrolito, como el agua salada, facilita el movimiento de iones, acelerando el proceso.
Existen varios tipos de corrosión, cada uno con un mecanismo específico:
Corrosión generalizada: Afecta uniformemente toda la superficie de un metal.
Corrosión galvánica: Ocurre cuando dos metales diferentes están en contacto en presencia de un electrolito. El metal menos noble (más reactivo) actúa como ánodo y se corroe más rápido. Por ejemplo, el acero se corroe más rápido cuando está en contacto con el cobre.
Corrosión por picaduras: Ataca pequeñas áreas del metal, formando agujeros profundos y localizados. Es particularmente peligrosa porque es difícil de detectar y puede llevar a una falla catastrófica de la pieza.
La prevención de la corrosión se centra en romper uno de los componentes del circuito electroquímico. Las estrategias más comunes incluyen:
Recubrimientos protectores: El método más sencillo es aislar el metal del entorno corrosivo. Esto se logra aplicando pinturas, polímeros o cerámicas que actúan como barreras físicas.
Galvanizado y protección catódica: El galvanizado es un proceso en el que se recubre el acero con una capa de zinc. Como el zinc es menos noble que el hierro, actúa como un ánodo de sacrificio, corroyéndose para proteger el acero subyacente. La protección catódica lleva este concepto un paso más allá, utilizando un ánodo de sacrificio, como el zinc o el magnesio, o una corriente eléctrica para hacer que el metal que se desea proteger sea el cátodo y, por lo tanto, no se corroa.
Aleaciones resistentes a la corrosión: La forma más efectiva de prevención es utilizar metales que resistan intrínsecamente la corrosión. El acero inoxidable es el ejemplo más conocido, ya que la adición de cromo forma una capa pasiva de óxido de cromo en la superficie que lo protege. Otras aleaciones como el níquel-cromo y las aleaciones de titanio también ofrecen una excelente resistencia a la corrosión en entornos agresivos.
En resumen, la corrosión es una amenaza constante para los metales, pero con una comprensión de sus causas y la aplicación de métodos de prevención como recubrimientos, galvanizado y el uso de aleaciones especiales, es posible mitigar sus efectos.