Las aleaciones de cobre gozan de una fama tan extendida como el propio metal en estado puro, y su uso está prácticamente equilibrado: cerca de la mitad del cobre extraído se emplea directamente, mientras que la otra mitad se transforma en aleaciones que mejoran sus propiedades mecánicas, químicas y estructurales. Entre estas, el bronce ocupa un lugar preeminente, no sólo por su peso histórico y cultural, sino por sus cualidades técnicas superiores frente a la mayoría de los latones. Aunque las aleaciones cobre–níquel pueden superar al bronce en ciertos aspectos, su clasificación depende de cuál de los dos metales actúe como base, mientras que en el bronce y el latón el protagonismo del cobre es indiscutible.
El cobre, por sí solo, es un metal blando, dúctil y maleable, demasiado “flojo” para aplicaciones estructurales exigentes. Por ello, ha sido aleado desde tiempos milenarios para incrementar su tenacidad. Aunque no se conoce con certeza cuándo ni dónde se produjeron las primeras piezas de bronce, se sabe que la aleación de cobre fundido con estaño fue descubierta milenios antes de Cristo, dando lugar a un material más fuerte que sus componentes individuales. El estaño, al ser identificado como el responsable de las propiedades mejoradas del bronce, se convirtió en un recurso estratégico, fomentando incluso la expansión romana hacia el noroeste de Europa, en particular hacia la región de “Albion”, nombre que podría aludir al “metal blanco” —albus en latín— en referencia al estaño, históricamente más relevante en las Islas Británicas que la plata.
Cornualles, en el suroeste de Inglaterra, es tradicionalmente considerada como el epicentro de la minería del estaño y la herrería de alto nivel, en una época en la que el acero aún no dominaba la escena. Los romanos disponían de cobre, pero necesitaban estaño para fabricar bronce, lo que explica su interés en colonizar Britania. Curiosamente, los descendientes de aquellos pueblos colonizados se convertirían en conquistadores siglos después, como ocurrió con los españoles y franceses en América y África, respectivamente. Incluso hoy, el Reino Unido mantiene un suministro constante de recursos minerales provenientes del Cuerno de África, reflejo de una estrategia heredada de los mejores conquistadores de la historia: los romanos.
En Estados Unidos, el bronce no goza de la misma popularidad debido a la escasez relativa de estaño, mientras que el zinc es abundante. Esto explica por qué el “brass” —latón en inglés— es más común que el “bronze”, que se asocia principalmente con estatuas, piezas ornamentales o se denomina “red brass” (latón rojo). El latón es la segunda aleación más importante del cobre, y en algunos países, como Estados Unidos, incluso la principal. Sustituye el estaño por zinc, con contenidos típicos del 10–12 % y máximos que pueden alcanzar el 45 % en masa. Su color dorado, semejante al del oro, lo hace especialmente atractivo en aplicaciones decorativas, y sus propiedades mecánicas son también destacables. El estaño, al ser más costoso que el zinc, se reserva para aleaciones especiales.
Actualmente, existen aleaciones de cobre que contienen proporciones similares de estaño y zinc —por ejemplo, 5 % de cada uno— lo que complica su clasificación. Dado que no existe una norma universal que delimite con precisión qué es bronce y qué es latón, ambos términos se utilizan a menudo de forma intercambiable. Sin embargo, lo más correcto es considerar como bronce aquellas aleaciones donde el estaño supera el 5 % en masa y es el aleante principal, por encima del zinc, níquel o manganeso. Las demás composiciones se clasifican como latón. A pesar de que el nombre pueda parecer menos prestigioso, el latón es una aleación de gran calidad, cuyo coste supera al del acero y al de los aceros inoxidables sin níquel.
Existen excepciones a esta regla no escrita. Las aleaciones de cobre con aluminio, berilio o manganeso —aunque contienen poco estaño— se denominan bronce al aluminio (o cuproaluminio), bronce al berilio (o cobre al berilio) y bronce al manganeso, respectivamente. Estas denominaciones se deben a que el aleante principal no es el zinc, el níquel ni el estaño, sino el metal específico que define sus propiedades. Por otro lado, la aleación cúprica más importante que no entra en la categoría de bronce ni latón es el cuproníquel, que posee varios grados y se distingue por su excelente resistencia a la corrosión, especialmente en ambientes marinos, y por su estabilidad térmica, lo que lo convierte en una opción privilegiada para aplicaciones navales, térmicas y eléctricas.