Las aleaciones compuestas por platino e iridio representan la cúspide de la sofisticación metalúrgica aplicada a la joyería de élite. Su combinación da lugar a materiales de una dureza excepcional, con una densidad que supera ampliamente la de la mayoría de los metales preciosos, y una finura que las convierte en la elección predilecta para piezas de altísimo valor estético y económico. En términos de coste, pocas aleaciones pueden competir con ellas; únicamente el rodio, cuando se encuentra aleado en proporciones específicas, podría acercarse a su precio por gramo, lo que subraya su exclusividad en el mercado.
La complejidad de su forja es notoria: el platino puro ya presenta una resistencia considerable al trabajo mecánico debido a su punto de fusión elevado (≈1 768 °C) y su maleabilidad limitada. Al introducir iridio, cuya dureza y resistencia térmica son aún mayores, se incrementa significativamente la dificultad de modelado, requiriendo técnicas avanzadas y equipamiento especializado. Por esta razón, aproximadamente nueve de cada diez anillos fabricados con esta aleación se producen en hornos de alta temperatura diseñados específicamente para manipular metales refractarios, donde se controlan parámetros como la atmósfera de fusión y la velocidad de enfriamiento para evitar fisuras o deformaciones.
A pesar de su prestigio, estas aleaciones son raramente utilizadas en joyería artesanal. Su manipulación exige no solo conocimientos metalúrgicos avanzados, sino también herramientas que exceden las capacidades de los talleres convencionales. No importa si se trata de Europa, Asia o América: la presencia de platino–iridio en piezas hechas a mano es excepcional, lo que refuerza su carácter exclusivo y reservado a las casas joyeras más prestigiosas del mundo.
La aleación compuesta por un 95 % de platino y un 5 % de iridio representa la expresión más refinada, costosa y duradera del trabajo en metales nobles. Su tonalidad blanco inmaculado, de brillo radiante y estable incluso tras décadas de uso, la convierte en un símbolo de distinción y elegancia atemporal. Químicamente inerte, esta aleación no reacciona con agentes externos, lo que garantiza una resistencia excepcional al desgaste, a la corrosión y al paso del tiempo. Es, en muchos sentidos, la nobleza hecha metal: una declaración silenciosa de estatus, gusto y permanencia.
Con una pureza expresada en milésimas —950 ‰, al igual que ocurre con la plata de ley— esta aleación se ha consolidado como la más comercializada dentro del segmento de platino, especialmente en la producción industrial de joyería de alta gama. Sin embargo, su presencia en la joyería artesanal es escasa. La razón es técnica: el iridio, aunque aporta una mejora significativa en la dureza superficial (resistencia a los arañazos) y en la tenacidad del material, también introduce una dificultad considerable en su manipulación. Por encima del 5 % en masa, la aleación se vuelve prácticamente imposible de trabajar a mano, incluso bajo condiciones de calor controlado, debido a su extrema rigidez y fragilidad.
Incluso los joyeros especializados en platino suelen optar por otras combinaciones menos exigentes, ya que el iridio, además de ser uno de los metales más caros del mundo, presenta una dureza que complica procesos como el laminado, la soldadura o el ajuste de tamaño. Aun así, esta aleación permite modificaciones —como agrandamientos o reducciones de anillos— pero el procedimiento es delicado, laborioso y requiere instrumental de precisión. El coste asociado a estas piezas es elevado: una alianza de apenas 3 mm de ancho puede superar con facilidad los 2 000 €, reflejando no solo el valor intrínseco del material, sino también la complejidad de su manufactura.
Esta aleación no es simplemente un metal precioso; es una obra de ingeniería metalúrgica que encarna la excelencia, la exclusividad y el legado.
La combinación de un 90 % de platino con un 10 % de iridio da lugar a una aleación que desafía los límites de la metalurgia convencional. Con una densidad superior a la de cualquier otra aleación de platino, y una dureza que la sitúa en la cúspide de los materiales nobles, esta fórmula se ha ganado —con razón— la reputación de ser la pesadilla de los joyeros. Aunque su ductilidad supera la del acero, su rigidez estructural la convierte en un desafío técnico incluso bajo temperaturas elevadas, donde el iridio impone su resistencia térmica y dificulta cualquier intento de modelado manual.
Esta aleación no está pensada para el trabajo artesanal. Su manipulación exige maquinaria industrial de alta precisión, capaz de ejercer presiones y temperaturas controladas que permitan su conformado sin fracturas. Por ello, su uso se limita casi exclusivamente a la producción en masa de alianzas y piezas de joyería que requieren una durabilidad extrema y una estética impecable. El acabado que ofrece es de una blancura profunda y estable, con una resistencia al desgaste que supera con creces la de otras variantes de platino, lo que la convierte en una opción ideal para quienes buscan una joya que permanezca inalterable a lo largo del tiempo.
Sin embargo, su belleza viene acompañada de una complejidad técnica que pocos talleres están dispuestos —o capacitados— para asumir. Esta aleación representa el punto de encuentro entre la ingeniería de precisión y el lujo más exigente, donde la nobleza del platino se ve reforzada por la tenacidad del iridio, dando lugar a un metal que no se doblega, ni siquiera ante el fuego.
El estándar de kilogramo universal es una pieza que se puede observar en un Museo de París con esta composición química. Se escogió debido a su incomparable resistencia a la corrosión.
Las aleaciones compuestas por platino y rutenio, en proporciones de 90 %–10 % y 95 %–5 % respectivamente, ofrecen una alternativa técnica de gran valor dentro del universo de los metales nobles. Aunque ambas fórmulas presentan propiedades similares, la diferencia en concentración de rutenio influye directamente en la dureza, la rigidez y la trabajabilidad del material. El rutenio, perteneciente al mismo grupo químico que el platino, se caracteriza por su extrema dureza y fragilidad, cualidades que, al ser incorporadas al platino, incrementan notablemente su resistencia mecánica sin alterar de forma perceptible su color ni su comportamiento químico.
Visualmente, estas aleaciones son prácticamente indistinguibles de las de platino–iridio: mantienen el blanco metálico profundo y estable, con una densidad ligeramente inferior y un coste teóricamente más accesible. Esto se debe a que el rutenio es el miembro más económico del grupo del platino, y además, más fácil de obtener en términos industriales. Su punto de fusión, que alcanza los 2 334 °C, lo convierte en un metal de comportamiento extremo, y su incorporación al platino se realiza mediante una fusión química controlada, en la que el rutenio se disuelve en la masa candente del platino, generando una estructura homogénea y estable.
A pesar de que estas aleaciones siguen siendo costosas —como toda combinación basada en platino— su resistencia a la corrosión es sobresaliente, lo que las hace ideales para aplicaciones donde la durabilidad y la inercia química son esenciales. Al igual que ocurre con las aleaciones de platino–iridio, las variantes con rutenio presentan una resistencia excepcional al desgaste, manteniéndose intactas frente a arañazos, deformaciones y agentes externos. Esta nobleza técnica, combinada con una relativa accesibilidad, convierte al platino–rutenio en una opción estratégica para la producción de joyería de alta gama, especialmente en contextos industriales donde se requiere precisión, longevidad y estética sin concesiones.
La aleación compuesta por un 90 % de platino y un 10 % de cobalto representa una solución metalúrgica más accesible y versátil dentro del universo de los metales nobles. En comparación con las exigentes combinaciones con iridio o rutenio, esta fórmula resulta considerablemente más fácil de fabricar, lo que ha favorecido su adopción por parte de joyeros que trabajan por encargo con platino. De hecho, es común que se complemente con pequeñas cantidades de cobre, buscando un equilibrio entre dureza, maleabilidad y coste.
El cobalto, perteneciente a la familia del hierro, actúa como endurecedor en esta aleación, tal como el cobre lo hace en el oro. Su punto de fusión —mucho más “mundano” que los 2 334 °C del rutenio o los 2 410 °C del iridio— facilita su incorporación al platino en procesos de fusión convencionales. Al tratarse de un metal base, fácilmente obtenible y de bajo coste, su inclusión permite mantener la nobleza del platino sin incurrir en los elevados precios que implican otros elementos del grupo. Aunque marginal en términos de prestigio, el cobalto cumple una función esencial: incrementar la tenacidad y la dureza de la pieza, haciéndola apta para un uso diario sin mostrar signos de desgaste incluso tras décadas de exposición.
Una característica curiosa de esta aleación es la presencia de un ligero ferromagnetismo, perceptible a pesar del bajo contenido de cobalto. Este fenómeno, aunque no afecta su comportamiento en joyería, añade una dimensión técnica interesante. La aleación Platino–Cobalto en proporción 90:10 goza de gran popularidad en Asia —especialmente en Japón— y en Europa Central, donde su presencia es habitual en joyerías de Alemania, gracias a su equilibrio entre resistencia, estética y facilidad de manufactura.
Si bien no alcanza el nivel de sofisticación de la combinación Platino–Iridio, su resistencia a la corrosión sigue siendo excelente, lo que garantiza una longevidad comparable. Como contrapartida, el brillo final de la pieza es ligeramente inferior, sacrificio aceptable para quienes priorizan funcionalidad, durabilidad y economía sin renunciar al carácter noble del platino. Esta aleación encarna la elegancia práctica: una joya pensada para acompañar la vida cotidiana con discreta distinción.
La aleación compuesta por un 95 % de platino y un 5 % de cobalto se presenta como una opción de fácil manipulación dentro del espectro de metales nobles, especialmente si se la compara con las exigentes combinaciones que incluyen iridio o rutenio. Su trabajabilidad es notable: permite procesos de forja, soldadura y ajuste con relativa sencillez, lo que la convierte en una candidata atractiva para joyeros que buscan una alternativa menos desafiante desde el punto de vista técnico.
Sin embargo, esta facilidad de trabajo viene acompañada de una contrapartida significativa: la aleación carece de la dureza suficiente como para ser utilizada a gran escala en piezas que requieran una resistencia prolongada al desgaste. El contenido reducido de cobalto —aunque actúa como endurecedor— no logra conferir al platino la tenacidad necesaria para soportar un uso intensivo sin mostrar signos de deterioro. Por ello, su aplicación en joyería de alta gama es limitada, y su popularidad dentro del sector es baja.
A pesar de su nobleza química y su excelente resistencia a la corrosión —propiedades inherentes al platino— esta aleación no alcanza los estándares de durabilidad exigidos por la producción industrial ni por los consumidores que buscan piezas para uso diario. Su acabado, aunque correcto, no posee el brillo profundo ni la solidez estructural de otras combinaciones más robustas, lo que la relega a un papel secundario en el diseño de joyas contemporáneas. En definitiva, se trata de una aleación que privilegia la facilidad de manufactura por encima de la resistencia, y que encuentra su lugar en nichos específicos donde la estética y la economía pesan más que la longevidad.
La aleación compuesta por un mínimo de 90 % de platino, entre 5 % y 8 % de cobalto, y un 2 % de cobre representa, sin lugar a dudas, la fórmula más extendida en el ámbito de la joyería artesanal que emplea platino como base. Esta combinación no solo garantiza una elevada pureza del metal noble, sino que también optimiza sus propiedades mecánicas y estéticas. El platino (Pt), presente en al menos un 90 %, aporta el característico tono blanco grisáceo, profundo y elegante, que lo distingue de otros metales preciosos. El cobre (Cu), limitado a un 2 %, se incorpora con el propósito de mejorar la maquinabilidad del material, facilitando el trabajo de los artesanos sin comprometer la integridad estructural de la pieza. Por su parte, el cobalto (Co), cuya proporción puede oscilar entre el 5 % y el 8 %, actúa como agente endurecedor, confiriendo a la aleación una rigidez moderada pero suficiente para resistir el desgaste cotidiano durante décadas. Una proporción especialmente equilibrada y recomendada consiste en 95 partes de platino, 3 partes de cobalto y 2 partes de cobre, fórmula que mantiene intacto el color del platino puro y ofrece una durabilidad excepcional. Esta aleación goza de gran popularidad en países con tradición joyera refinada, como Alemania, donde se valora tanto su resistencia como su estética sobria y atemporal.
Aunque el platino (Pt) se emplea mayoritariamente en combinación con metales como el cobalto, el cobre o el iridio para aplicaciones joyeras, existen otras aleaciones posibles que, si bien técnicamente viables, presentan limitaciones que restringen su uso en este campo. Entre los elementos que pueden alearse con el platino se encuentran el rodio (Rh), paladio (Pd), plata (Ag), oro (Au), hierro (Fe), níquel (Ni), osmio (Os), renio (Re), wolframio (W) y tantalio (Ta), aunque la mayoría de estas combinaciones no han logrado consolidarse en la industria joyera por razones económicas, técnicas o de comportamiento metalúrgico.
El rodio, por ejemplo, permite fabricar ciertos grados de platino con propiedades interesantes, pero su elevado coste y la falta de ventajas significativas frente al rutenio (Ru), que es considerablemente más económico, hacen que su uso sea marginal. El paladio, por su parte, no aporta mejoras sustanciales en la dureza de la aleación, lo que limita su aplicación práctica en joyería. En el caso de la plata, se comercializa bajo el nombre de “platino esterlino”, aunque en realidad se trata de una aleación de plata con un pequeño porcentaje de platino, más cercana a una estrategia de marketing que a una solución técnica eficaz, ya que su fabricación es compleja y la relación calidad-precio resulta poco atractiva.
La combinación de platino con oro, aunque pueda parecer prometedora por la nobleza de ambos metales, genera un efecto contraproducente: el oro tiende a fragilizar la estructura del platino, reduciendo su dureza y comprometiendo su resistencia mecánica. En cambio, la aleación con hierro es fácil de producir y guarda similitudes con la del cobalto, pero su escasa popularidad podría deberse a la formación de poros durante el proceso de fundición. Esta aleación presenta una estructura gamma (γ), es decir, austenítica, lo que le confiere una gran tenacidad, aunque no ha logrado una aceptación significativa en el mercado.
El níquel, cuando se alea con platino, da lugar a un material extremadamente dúctil y maleable, pero con una dureza insuficiente para aplicaciones joyeras. Solo se contempla su uso cuando se desea contrarrestar la rigidez provocada por porcentajes elevados (superiores al 10 %) de iridio o rutenio, aunque en tales casos se suele preferir el cobre por su mejor rendimiento. El osmio, en cambio, genera una aleación comparable a la del platino con iridio, pero su toxicidad —especialmente por los vapores que emite durante el trabajo en caliente— lo excluye de la joyería. Se emplea en aplicaciones industriales exigentes, como puntas de plumas o componentes sometidos a desgaste extremo, y su proporción en la aleación rara vez supera el 10 %. Su presencia incrementa la rigidez, pero disminuye la ductilidad y la maleabilidad.
El renio puede formar aleaciones con platino, aunque su uso es prácticamente inexistente en joyería. Lo mismo ocurre con el wolframio y el tantalio: aunque técnicamente es posible combinarlos con platino, su elevada reactividad y la extrema rigidez que confieren al material final los hacen inapropiados para piezas que requieren trabajabilidad y confort. Estas aleaciones se reservan para sectores donde se demandan propiedades mecánicas excepcionales, como en componentes aeroespaciales o dispositivos sometidos a condiciones extremas, pero no tienen cabida en el delicado universo de la joyería de platino.
La historia del platino (Pt) y del oro blanco (Au) ha estado entrelazada desde que este último fue concebido como una alternativa más económica al primero. A pesar de su similitud visual, muchas personas tienden a confundirlos, llegando incluso a pensar que el platino es simplemente una variedad de oro blanco debido a su precio elevado y su carácter noble. Nada más lejos de la realidad: el platino es un elemento químico con propiedades únicas, mientras que el oro blanco es una aleación diseñada para imitar su apariencia.
El oro blanco nació como solución práctica para facilitar la fabricación de joyas que, con platino, serían técnicamente más complejas o directamente inviables. Las aleaciones de oro son considerablemente más fáciles de trabajar que cualquier grado de platino, en parte gracias a su menor punto de fusión (1 064 °C frente a los 1 768 °C del platino), lo que permite a prácticamente cualquier joyero manipularlo sin necesidad de equipamiento especializado. En cambio, el platino exige mayor destreza, herramientas específicas y experiencia técnica, lo que limita su uso a talleres más preparados.
Desde el punto de vista del artesano, el oro blanco suele ser la opción preferida por su facilidad de trabajo y versatilidad, pero esto no implica que sea superior al platino. De hecho, el oro blanco surgió como una alternativa al platino, no como un reemplazo mejorado. Al adquirir una joya de platino, el comprador está obteniendo una pieza íntegramente compuesta por este metal noble. En cambio, al comprar oro blanco, lo que realmente se adquiere es una aleación de oro con metales blanqueantes como manganeso (Mn), níquel (Ni), zinc (Zn), estaño (Sn), plata (Ag), entre otros. Cuando se utiliza paladio (Pd), perteneciente al mismo grupo que el platino, se obtiene una aleación de mayor calidad, aunque sin alcanzar el lustre natural del platino.
Es importante destacar que el brillo característico del oro blanco no proviene del oro ni de sus metales aleantes, sino del baño superficial de rodio (Rh) que se aplica para mejorar su apariencia. Este recubrimiento, aunque estéticamente atractivo, se desgasta con el tiempo y requiere mantenimiento periódico. El platino, por el contrario, no necesita ningún tipo de baño: su color, su brillo y su resistencia son inherentes al metal en sí.
Por todo ello, si lo que se busca es una joya duradera, auténtica y de nobleza indiscutible, el platino es la elección más acertada, incluso si su precio es más elevado. Personalmente, nunca optaría por un anillo de oro blanco. Prefiero el tono cálido y natural del oro amarillo en sus grados de 18 K o 14 K, e incluso valoro más la honestidad estética de la plata esterlina que la apariencia artificial del llamado “oro blanco”.