El arsénico (As), con número atómico 33, es un metaloide del grupo 15, con una densidad de 5,73 g/cm³ y una abundancia de aproximadamente 1,8 ppm en la corteza terrestre. Notable por presentarse en forma elemental (nativa) en la naturaleza, aunque más comúnmente en minerales como el arsenopirita (FeAsS) o el rejalgar (As₄S₄), el arsénico ha sido conocido desde la Antigüedad por su toxicidad extrema y su facilidad de reducción. Su nombre deriva del griego arsenikon, relacionado con pigmentos amarillos como el oropimente (As₂S₃), y ha sido documentado desde al menos el siglo XIII en textos europeos, aunque su uso se remonta a civilizaciones antiguas como Egipto y China.
Aunque el monje alemán Alberto Magno (siglo XIII) es frecuentemente citado por obtener arsénico puro a partir de menas minerales mediante calentamiento, no se le acredita formalmente el descubrimiento debido a la falta de pruebas concluyentes y al uso previo del elemento en diversas culturas. Por ejemplo, en la Antigüedad, el arsénico se empleaba en pigmentos, medicamentos y venenos, explotando su toxicidad letal. Conocido como el “rey de los venenos”, su naturaleza inodora e insípida lo hizo infame en envenenamientos históricos, desde la Roma antigua hasta la Europa medieval. En el siglo XIX, su uso como pesticida y raticida se generalizó, una práctica que persiste en algunos países menos desarrollados en 2025, a pesar de regulaciones ambientales estrictas en otras regiones debido a su carcinogenicidad (clasificado como carcinógeno del grupo 1 por la IARC).
En la alquimia, el arsénico ocupaba un lugar destacado, representado por un símbolo específico (parecido a un cisne o una cruz invertida). Los alquimistas, trabajando con un número limitado de elementos conocidos, lo valoraban tanto en estado puro como en compuestos, como el oropimente y el rejalgar, para experimentos de transmutación y pigmentos. Aunque carecían de la noción moderna del átomo, lo asociaban con propiedades transformadoras, a menudo vinculándolo al mercurio (Hg) y al azufre (S) en sus teorías. La producción global de arsénico (~35.000 toneladas anuales en 2025) refleja su uso restringido en aplicaciones modernas, como semiconductores (arseniuro de galio, GaAs) y pesticidas, mientras su toxicidad histórica y su rol en la alquimia lo convierten en un elemento de relevancia cultural y científica.
El arsénico, con número atómico 33, es un metaloide del grupo 15, con una densidad de 5,73 g/cm³ y una abundancia de aproximadamente 1,8 ppm en la corteza terrestre. Aunque comparte características con otros metaloides como el silicio (Si) y el germanio (Ge), el arsénico se distingue por su apariencia más metálica, presentándose como un sólido gris plateado con un brillo metálico que, a ojos inexpertos, podría confundirse con un metal del bloque p, como el plomo (Pb) o el bismuto (Bi). Sin embargo, su naturaleza quebradiza y suave, con una dureza de 3,5 en la escala Mohs, lo hace fácilmente pulverizable, lo que limita su resistencia mecánica. Su rigidez es baja, con una resistencia a la compresión de ~4 GPa, y es un pobre conductor térmico (50 W/(m·K)) y eléctrico (~3,3 × 10⁴ S/m), contrastando con metales verdaderos como el cobre (Cu, ~5,9 × 10⁷ S/m).
Químicamente, el arsénico es notablemente resistente a la corrosión, una característica que explica su ocurrencia en forma elemental (nativa) en la naturaleza, aunque es más común en minerales combinados como la arsenopirita (FeAsS) o el oropimente (As₂S₃). Esta estabilidad relativa, comparable a la de metales nobles como el oro (Au) o la plata (Ag), permite que el arsénico resista la reacción con oxígeno (O₂) y azufre (S) en condiciones ambientales, aunque forma compuestos con facilidad en presencia de reactivos más fuertes. Resiste ácidos oxidantes como el nítrico (HNO₃) a temperatura ambiente, pero es atacado por ácidos reductores como el fluorhídrico (HF) y por álcalis en caliente, como el hidróxido de sodio (NaOH). Su estado nativo, aunque raro, lo hace más peligroso que sus compuestos, ya que el arsénico elemental libera partículas finas al pulverizarse, aumentando su toxicidad por inhalación o ingestión. En contraste, compuestos como el arseniuro de galio (GaAs) o el trióxido de arsénico (As₂O₃) son menos volátiles, aunque siguen siendo peligrosos debido a su carcinogenicidad (clasificado como carcinógeno grupo 1 por la IARC).
La dualidad del arsénico, con una apariencia metálica pero propiedades de metaloide, lo distingue de sus vecinos del grupo 15. Su fragilidad y baja conductividad lo hacen inadecuado para aplicaciones estructurales, pero su estabilidad química y toxicidad intrínseca han definido su uso histórico como veneno y pesticida. En 2025, la producción global de arsénico (~35.000 toneladas anuales) se centra en aplicaciones limitadas, como semiconductores y tratamientos químicos, donde su toxicidad requiere un manejo estricto. Similar al flúor (F), cuya forma elemental es extremadamente reactiva y peligrosa mientras que sus compuestos son más manejables, el arsénico en estado puro representa un riesgo significativo, lo que refuerza su reputación como el “rey de los venenos” en la historia y la cultura.
El arsénico, con número atómico 33, es un metaloide del grupo 15, con una densidad de 5,73 g/cm³ y una abundancia de aproximadamente 1,8 ppm en la corteza terrestre. Conocido desde la Antigüedad por su toxicidad extrema, el arsénico ha sido históricamente utilizado como veneno, pesticida y en aplicaciones medicinales, aunque su uso moderno está estrictamente regulado debido a su carcinogenicidad (clasificado como carcinógeno grupo 1 por la IARC). Con una producción global de unas 35.000 toneladas anuales en 2025, su versatilidad química y propiedades físicas lo han hecho relevante en metalurgia, electrónica y agricultura, a pesar de los riesgos asociados.
Históricamente, el uso más infame del arsénico fue como veneno letal. Finamente pulverizado, ya sea en forma elemental o como compuestos como el trióxido de arsénico (As₂O₃), su naturaleza inodora e insípida permitió su uso en envenenamientos, desde la Roma antigua hasta la Europa medieval, actuando como un arma biológica primitiva. Su capacidad para causar la muerte sin dejar rastros evidentes lo convirtió en una herramienta temida, aunque su toxicidad, explicada por la interferencia con procesos enzimáticos celulares, carece de cualquier carga moral intrínseca. Más allá de su uso como veneno, durante la época victoriana en Inglaterra, el arsénico se aplicaba en cosméticos o se ingería en pequeñas dosis para blanquear la piel, un símbolo de estatus social asociado con la palidez, en contraste con la tez bronceada de las clases trabajadoras expuestas al sol. Este uso, que producía un tono pálido con matices rosados en las mejillas, continuó en algunas culturas hasta el siglo XX, a pesar de los riesgos conocidos.
En metalurgia, el arsénico se utilizó hasta el siglo XX para endurecer aleaciones basadas en plomo (Pb), como las empleadas en balas y baterías, y en ciertos bronces (Cu-Sn-As), mejorando la resistencia mecánica. Sin embargo, ha sido reemplazado por el antimonio (Sb), que ofrece propiedades similares con menor toxicidad. La similitud química entre ambos elementos, ambos del grupo 15, llevó a confusiones históricas, pero el antimonio es ahora preferido en aplicaciones como el peltre o las aleaciones de soldadura. En medicina, el arsénico tuvo un papel significativo hasta principios del siglo XX, particularmente en el tratamiento de la sífilis mediante compuestos como el salvarsán (un derivado organoarsénico), en una era donde la falta de alternativas justificaba su uso a pesar de su toxicidad conocida.
En la actualidad, el arsénico se emplea principalmente en la fabricación de pesticidas, como el arseniato de plomo, en países con regulaciones menos estrictas, aunque su uso está prohibido o restringido en muchas naciones debido a su impacto ambiental y sanitario. En la electrónica, el arseniuro de galio (GaAs) es un semiconductor clave, con una banda prohibida de 1,43 eV que lo hace ideal para diodos emisores de luz (LED), celdas solares y circuitos de alta frecuencia, superando al silicio (Si) en aplicaciones de alta velocidad. La resistencia del arsénico a la corrosión (~6 Mohs, resistente a ácidos como HNO₃, pero vulnerable a HF) y su capacidad para formar compuestos estables, como As₂S₃ en pigmentos históricos, refuerzan su relevancia, aunque su manejo requiere estrictas precauciones debido a su toxicidad. La producción limitada y las regulaciones ambientales han reducido su uso, pero su legado histórico y aplicaciones especializadas lo mantienen como un elemento de importancia científica y cultural.