Resumir la historia del Oro en pocos párrafos se me antoja una tarea cuanto menos complicada, pero lo intentaré.
Se conoce el Oro desde hace, por lo menos, 4000 años antes de Cristo.
Es el metal más noble de todos, y normalmente se encuentra en estado puro, formando las famosas “pepitas” de color dorado que destacan entre cualquier otra substancia sólida por su elevada densidad y brillo áureo del cual se ha dicho posee “una arrebatadora belleza” en el sentido de que es capaz de encandilar a propios y extraños, como si fuere cosa mística, inexplicable en términos profanos o puramente científicos que efectivamente refuerzan el “halo” místico del metal, que al obtenerse con facilidad (aparece como metal puro, elemental) y por su color único entre todas los sólidos conocidos ha sido catalogado, ya en un plano más lírico/poético, como “las lágrimas del Sol”. Ésto explica, en parte, el porqué se conoce desde tiempos tan remotos, ya que ha posibilitado su trabajo con condiciones mínimas: ningún metal o elemento en general es más fácil de trabajar, incluso en frío.
Es conocido a nivel mundial desde el albor de los tiempos, y ha sido citado en virtualmente todos los documentos antiguos no sólo en lo tocante a lo estrictamente material (documentos que alaban sus propiedades desde un punto de vista técnico) si no también aquellos que ahondaban en lo “espiritual” y es que éste elemento es más que un metal perfecto en muchos aspectos, un auténtico pilar de la cultura universal. Incluso hasta nuestros días, el Oro sigue manteniendo su status de materia perfecta idealizada, la más elaborada entre todas, un regalo de los dioses, nada menos.
Ningún pueblo tiene el derecho, como sí sucede en otros casos aislados, como el Estaño, a reclamar mayor protagonismo en tanto al Oro se refiere en el sentido de que ha sido valorado de la misma forma por pueblos tan lejanos entre sí como los Mayas o los Antiguos Griegos, que lo han codiciado más o menos (dependiendo del caso) en gran medida. Ha sido responsable, también, directa o indirectamente de miles de guerras sangrientas, ya desde la época tribal e incluso recientemente, por su papel preponderante en la economía mundial, de lo cual hablaré más adelante.
Desde tiempo inmemorial el Oro ha jugado un papel mucho mayor a cualquier otra substancia sólida o no, y es sinónimo de todo lo bueno que se pueda decir de algo inerte que no está vivo ni muerto. Personalmente creo que el Oro es el único elemento capaz de entrar por el ojo hasta la “mente” o el “alma” de los hombres y mujeres por igual. Ésto lo digo porque de otra manera me resulta muy complicado entender cómo se ha matado tanto en el mero ejercicio de hacer acopio de el, siendo que en realidad no tiene ningún efecto positivo empíricamente demostrado, y al ser tan escaso tiene muy pocos usos “como metal”, a diferencia de la enorme mayoría de elementos que clasifican como tal.
No, desde luego que el Oro nunca ha sido tasado meramente por sus propiedades, que ya son increíbles de por sí, si no por su valor como joya: fue, es y será el principal uso del elemento hasta el final de los tiempos.
No son pocos los que han cualificado a éste metal como el elemento más “perfecto” o “bello” no sólo entre los metales si no entre todos los miembros de la Tabla Periódica, a tal punto que pudiera decirse de el que posee una propiedad especial no-escrita para ningún otro metal o elemento (ni siquiera el Carbono en su forma de Diamante) capaz de capturar la atención de todo el mundo y obtener de forma universal un valor desproporcionado si tenemos en cuenta que con pequeñas pepitas del metal se han llegado a pagar alimentos, medicinas, armas y herramientas, cosas útiles de verdad, puesto que el Oro no tiene usos realmente “imprescindibles” por más que se empeñen los (y las) pseudo-científicos/as en otorgarle propiedades sobrenaturales, como lo son la cura de enfermedades o el hecho de purificar el alma, entre muchas otras cosas. Es importante tener siempre en cuenta que el valor simbólico del Oro supera con creces a sus propiedades reales, las cuales son inmejorables de por sí, lo cual no hace si no reforzar la idea (vaga y abstracta, todo hay que decirlo) de que en verdad está rodeado de una suerte de magia (no tomarse ésta declaración literalmente, por favor) capaz de hechizar a cualquiera.
A raíz de ésto que se haya reflejado su papel en las historias no necesariamente reales, como suelen ser las crónicas, si no también en la ficción, que a fin y al cabo conforma por propio derecho una de las raíces más fuertes de las culturas de los pueblos, ya sea en forma de cuentos, novelas, en tratados breves, en la poesía, como análogo a todo lo que se pueda considerar hermoso en cierto modo.
El Oro es “propiedad” instrínseca de todos los grandes emperadores, reyes y príncipes; la nobleza en general, así también como de los dioses o figuras excelsas en general. Ningún material ha sido jamás valuado más que el Oro en ninguna cultura del mundo, y allá donde vayas tendrá un nombre distinto, pero se le reverenciará igual.
A propósito de ésto que el metal pase de ser considerado muchas veces como lo más perfecto y sagrado a algo estéril y de sangriento trasfondo debido a que en la búsqueda de hacer acopio de el se han desplazado cientos de miles (si no millones) de soldados a lo largo de los siglos, en todos los continentes y pueblos sin excepción. Su aspecto negativo deriva precisamente del valor que se le da; es símbolo del materialismo puro y duro en el peor de los sentidos, el abandonamiento del alma, la sensibilidad y empatía y la venta de todos los principios humildes y sencillos a cambio de algo que no deja de ser, precisamente éso, un metal (más allá de que se le otorguen propiedades pseudo-místicas). Así es el Oro, despierta interés entre todas las personas por igual, o cuanto menos es de sobra conocido incluso entre aquellos y aquellas que lo ven como un mal más que un bien de cara a la humanidad por las razones que previamente he mencionado.
En cualquier caso, no deja a nadie indiferente, y su peso cultural es mucho más elevado que el del propio metal en el sentido puramente físico, científico, elemental.
El Oro aparece en estado nativo como pepitas, que presentan gran pureza. Ésto se debe a que el metal es reacio a combinarse tanto con los chalcógenos (Oxígeno y Azufre) como con el Carbono. Tampoco suele mezclarse con otros metales de forma natural, aunque existen aleaciones de Oro – Plata, Oro – Cobre e incluso mezclas de los tres en forma de pepitas. La afinidad del Oro por éstos metales es alta, de manera que se pueda obtener en forma de trazas en gangas, es decir, como subproducto de la explotación de Cobre y Plata. También puede encontrarse en minas de Estaño, Zinc, Plomo, Níquel, entre otros, aunque es más raro. El Oro es de los pocos metales que forma Telururos, es decir, prefiere combinarse con el Telurio (un chalcógeno) que con el Azufre o el Oxígeno, que son familia de éste elemento.
Las principales reservas del mundo se encuentran en Sudáfrica y en otras partes de éste contienente, y explican la expansión británica y francesa en ésta tierra justo como lo fue en su día la española y portuguesa en Centro y Sur-América, con partes también en América del Norte, pero incluso antes de la expansión “de Ultramar” de las grandes potencias Europeas de finales de la Edad Media y principios de la Edad Moderna, ya Roma se había extendido por toda Europa occidental (tanto al norte como al sur, Britania e Iberia respectivamente) en la “caza” del metal. Las minas más grandes de Oro de Europa siguen siendo, después de más de dos mil años de explotación, las del Noroeste de España. La cantidad original de Oro en Europa se estima mucho mayor a la actual, pero al ser revisada durante siglos en busca de nuevos depósitos (la enorme mayoría agotados ya) se considera, con razón, agotado (no en vano nos referimos a Europa como “el viejo continente”).
El Oro aparece frecuentemente en depósitos fluviales (ríos, veredas) donde es arrastrado por la corriente desde las cumbres donde se condensa el nacimiento de los ríos y riveras hasta atravesar la tierra. Al ser tan denso, se hunde entre las piedras, por lo que su obtención es problemática.
Es uno de los pocos metales que podrías encontrarte caminando entre una jungla en su estado elemental. El problema, claro, es que dichas junglas, selvas, desiertos (piensa en cualquier lugar remoto o virgen) ya no lo es tanto y ha sido previamente explorado.
Es un metal muy escaso y caro.
El oro (Au), elemento químico de número atómico 79, es conocido como “el Rey de los metales” por su combinación única de propiedades físicas, químicas y culturales. Como metal noble y precioso, destaca por su inercia química, resistiendo la corrosión por oxígeno (O₂), azufre (S) o la mayoría de los ácidos, incluido el agua regia en ciertas condiciones. Su característico color amarillo con un leve matiz rojizo, junto con un lustre metálico suave y no cristalino, lo distingue de otros elementos. En su forma pura (24 quilates), el oro presenta una tonalidad más intensa que en aleaciones comunes, como el oro de 18k (75% Au), que incorpora metales como cobre (Cu) o plata (Ag) para modificar su color y resistencia.
Con una densidad de 19,32 g/cm³, el oro es uno de los metales más pesados, superado solo por elementos como el osmio (Os) o el iridio (Ir). Es el elemento más maleable y dúctil de la tabla periódica, superando al platino (Pt); un solo gramo de oro puede laminarse en una lámina de aproximadamente 1 m² o estirarse en un hilo de varios kilómetros. Esta maleabilidad, junto con su suavidad (dureza de 2,5–3 en la escala de Mohs), permite trabajarlo en frío sin necesidad de calentamiento, una ventaja clave para joyeros y orfebres. Sin embargo, esta suavidad limita su resistencia mecánica, por lo que se alea tradicionalmente con cobre, plata, níquel (Ni) o zinc (Zn) para mejorar su rigidez y estabilidad dimensional en aplicaciones como joyería y monedas.
El oro es un excelente conductor térmico y eléctrico, solo superado por la plata (Ag) y el cobre (Cu), con una conductividad eléctrica de aproximadamente 70% del cobre. Su naturaleza diamagnética le permite repeler campos magnéticos, una propiedad útil en aplicaciones electrónicas de alta precisión. Químicamente, el oro forma aleaciones con metales de transición inusuales para su grupo, como hierro (Fe), cobalto (Co), níquel, aluminio (Al), zinc y, en pequeñas proporciones, titanio (Ti). Estas aleaciones amplían su versatilidad en aplicaciones industriales. Aunque su principal uso sigue siendo la joyería (cerca del 50% de la producción mundial), el oro también es esencial en electrónica, donde se emplea en conectores y circuitos por su resistencia a la corrosión, y en odontología por su biocompatibilidad. Su escasez (0,004 ppm en la corteza terrestre) y facilidad de trabajo han consolidado su estatus como un metal de valor universal, desde la antigüedad hasta la era moderna.
El oro (Au), con número atómico 79, es el metal noble por excelencia debido a su excepcional inercia química, que lo hace prácticamente inmune a la corrosión en la mayoría de las condiciones. No reacciona con ácidos ni bases comunes, ni con oxígeno (O₂), azufre (S) o halógenos en estado elemental, como el flúor (F₂), a temperaturas inferiores a los 500 °C. La única excepción notable es el agua regia, una mezcla de ácido nítrico (HNO₃) y ácido clorhídrico (HCl) en proporción 1:3, que disuelve el oro con relativa facilidad formando cloruro de oro (AuCl₃). Esta propiedad, que inspiró el nombre “regia” por su capacidad para disolver el “rey de los metales”, subraya su singularidad química. La estabilidad del oro, derivada de su alta energía de ionización y baja reactividad, lo convierte en el metal más noble, superando al platino (Pt), rodio (Rh), iridio (Ir) y paladio (Pd).
En entornos corrosivos, como los que generan una pila galvánica (por ejemplo, metales sumergidos en agua marina), el oro destaca por su elevado potencial de electrodo (1,50 V frente al electrodo estándar de hidrógeno). En estas condiciones, los metales menos nobles, como el cobre (Cu), bronce o plata (Ag), se corroen rápidamente al actuar como ánodos, mientras que el oro, como el metal más noble, permanece prácticamente intacto. Esta resistencia explica por qué, en tesoros recuperados de naufragios de hace siglos, las monedas de oro conservan su brillo con mínimas manchas superficiales, requiriendo solo un pulido ligero para restaurar su lustre, mientras que las de cobre o plata están severamente corroídas y el hierro (Fe) suele estar completamente degradado. Esta durabilidad, combinada con su densidad (19,32 g/cm³) y maleabilidad, ha hecho del oro un material venerado desde la antigüedad, ideal para joyería (50% de su uso global) y aplicaciones electrónicas, donde su inercia garantiza fiabilidad en conectores y circuitos. La resistencia a la corrosión del oro, junto con su escasez (0,004 ppm en la corteza terrestre), refuerza su estatus como el metal más codiciado y duradero.
El oro (Au), con número atómico 79, es un metal noble cuya principal aplicación sigue siendo la joyería, representando aproximadamente el 50% de su uso global. Su maleabilidad excepcional (un gramo puede laminarse en una lámina de 1 m²), suavidad (dureza de 2,5–3 en la escala de Mohs), y resistencia a la corrosión lo convierten en el material ideal para crear piezas de alta precisión, desde alianzas de boda hasta intrincadas filigranas, un arte perfeccionado por orfebres andaluces que heredaron técnicas árabes. La ductilidad del oro permite moldearlo en frío, facilitando la creación de diseños complejos que han mantenido su relevancia desde la antigüedad hasta la joyería contemporánea, valorada tanto por su estética como por su durabilidad química frente a oxígeno (O₂), azufre (S) o ácidos comunes.
El segundo uso destacado del oro es el recubrimiento o baño de piezas, tanto en joyería como en otras industrias. En joyería, el baño de oro sobre metales base, como latón o plata (Ag), permite imitar su apariencia a un costo menor, logrando un acabado duradero gracias a su inercia química. En la industria electrónica, el oro se utiliza en recubrimientos de contactos y conectores debido a su excelente conductividad eléctrica (70% de la del cobre, Cu) y su inmunidad a la oxidación y sulfatación, a diferencia de la plata o el cobre, que se corroen con el tiempo. Aunque su alto costo (derivado de su escasez, 0,004 ppm en la corteza terrestre) limita su uso a componentes críticos, como circuitos integrados y conectores de alta fiabilidad en dispositivos aeroespaciales y médicos, el oro garantiza un rendimiento estable en condiciones exigentes.
Históricamente, el oro fue el material predilecto para la acuñación de monedas, un uso que se remonta a civilizaciones como Sumeria (circa 3000 a.C.), donde se estampaban monedas circulares, posiblemente evocando el disco solar, un símbolo asociado al oro en muchas culturas. Desde entonces, el oro circuló como moneda y lingotes hasta el siglo XX, cuando factores como la inflación, la especulación bancaria, el crecimiento poblacional y los mercados de valores llevaron a su reemplazo por aleaciones más económicas, como el latón (Cu-Zn), que imita su color. Incluso el latón enfrenta presiones de costo debido al precio del cobre, lo que refleja la continua búsqueda de alternativas más accesibles. Otros usos modernos incluyen la odontología (por su biocompatibilidad) y la industria aeroespacial, donde el oro se emplea en recubrimientos reflectantes para proteger equipos de la radiación solar. La versatilidad del oro, combinada con su valor cultural y propiedades únicas, asegura su lugar como un material insustituible en aplicaciones de alto valor.
El Oro no es el único, pero desde luego sí el más importante entre los metales que tienen un valor no-científico, es decir, se aprecia como materia más allá de la óptica puramente científica.
Este metal está asociado al Sol, a la divinidad (normalmente neutral, pero en cualquier caso más masculina que femenina, ya que la Plata sirve como contraste).
Es el metal asociado con todo lo noble, directa o indirectamente, un regalo de los dioses (o de un sólo Dios en las religiones monoteístas) sólo al alcance de unos pocos. Metal de reyes, conquistadores, emperadores y figuras relevantes en general. Nota que cuando digo rey también incluyo faraones, caciques, jarls, et cétera, virtualmente cualquier puesto de poder, independientemente de su localización geográfica y consecuente cultura.
El Oro se asocia con el signo de Leo (que a su vez se considera el más excelso de los 12) justo como el metal se asocia con el Sol, también ligado a Leo.
El metal en sí mismo es símbolo de propseridad, buena salud, status quo elevado, entre otras cosas.
Aunque originalmente las Olimpiadas modernas otorgaban una medalla de Plata al primer puesto y una de Bronce al segundo, el Oro fue integrado rápidamente de tal forma que la Plata pasó a segundo lugar y el Bronce (base de Cobre) al tercero. Es curioso porque, si miras la Tabla Periódica, verás que estos metales son familia entre sí y comparten muchas características.
Aparece frecuentemente en la literatura de cualquier tipo, y es sinónimo frecuentemente del cabello rubio, que se ensalza especialmente en el género femenino, ejemplo: “sus cabellos eran dorados y bellos cual hilos de Oro”. La pigmentación ligera en melanina, típica de las razas nórdicas han servido durante mucho tiempo como símbolo de belleza o mejor dicho, como “ideal de belleza”. Actualmente, ésto tiene connotaciones negativas (ya las tenía desde el final de la Segunda Guerra mundial) ya que supuestamente induce al racismo o la mera idea de que existan razas superiores a otras, cosa que poco o nada tiene que ver con el Oro en sí mismo. La palabra castellan “rubio” o “rubia” tienen un origen etimológico que podría llevar a confusiones, ya que hacen alusión al pelo rojizo más que al dorado propiamente dicho. En gallego, se usa “louro” o “loura” que deriva claramente de “ouro”, que a su vez proviene del latín “aurum”, el nombre original del metal.
El Oro es el único elemento que tiene valor por sí mismo en el sentido de que si lo comparamos con un Diamante (al fin y al cabo una modificación de Carbono) sale claramente ganando: mientras que un objeto de Oro sigue manteniendo su valor incluso si es roto brutalmente, el Diamante roto no vale ni la milésima parte de lo que podría llegar a costar en su forma original, y por supuesto es irrecuperable. El Oro se funde con facilidad y puede ser moldeado infinitas veces sin temor a perjudicar sus propiedades físicas.
Se usa Oro para reconocer el esfuerzo, mérito o desempeño de una persona o un grupo de ellas. Medallas, premios, trofeos... et cétera.
Incluso hasta nuestros días y en la industria de los videojuegos, normalmente cuando se consigue un logro se dice que “es de Oro”.
Curiosamente, los famosos discos de Platino (y últimamente de Diamante e incluso de Rodio para Paul McCartney) se entregan a aquellos que superan a los de Oro. Ésto se hace porque en su momento, llegar a vender la cantidad suficiente como para obtener un disco “de Oro” simbólico se pensaba una barrera difícil de igualar. Actualmente han tenido que buscar nuevos metales o sólidos como el Diamante para premiar a aquellos que superan ésta barrera, pero en la práctica, el Oro es superior a todos.
Una de las metas principales de los alquimistas era la transmutación de metales “viles” (no nobles) en Oro y en menor medida, la Plata. Se usaba Plomo y Cobre/Estaño respectivamente con dicho propósito. Los alquimistas nunca consiguieron su propósito, naturalmente, no es su culpa, para ellos, todas las substancias sólidas estaban hechas de lo mismo (herencia de la filosofía griega de los cuatro elementos) y podrían ser alteradas si se encontraba una fórmula especial que además necesitaba, entre otras cosas, vitriolo, Mercurio y la llamada “piedra filosofal”. Aunque fracasaron, la mayoría aportaron grandes descubrimientos a la ciencia moderna (específicamente, a la química) como por ejemplo durante la destilación de las famosas setenta cubas de orina con arena que dieron como resultado indirecto el descubrimiento del Fósforo elemental.
Irónicamente, la transmutación de Plomo a Oro fue llevada a cabo por el sueco Niels Bohr a principios del siglo XX, al remover 3 protones en isótopos de Plomo (Z=82 del Plomo -3 = Z=79 del Oro). El propio Bohr diría que si bien tuvo éxito en la meta que perseguían los antiguos alquimistas el precio de todo el proceso era mucho mayor a la cantidad de Oro que podría obtener mediante el mismo, por lo que desechó la idea.
En teoría, el isótopo Mercurio Hg-196 podría ser dopado con un protón en un ciclotrón para obtener Hg-197, que decae en Au-197 (el único isótopo de Oro), no obstante y nuevamente, el proceso es muy caro y entrega apenas una cantidad ínfima de átomos. Piensa que en la cabeza de un alfiler hay cientos de millones de átomos de Hierro.
A propósito de convertir la materia vil en la noble (Oro), son muchos los que defienden la teoría de que quizás la alquimia fue en parte más lírica que literal, en el sentido de que su búsqueda por el perfeccionamiento de la materia no era si no un proceso más espiritual que movido estrictamente por la codicia. En cierto modo, ya incluso antes de Bohr, Inglaterra y Alemania (y luego el resto de Europa en menor medida) lograron su cometido al vender cientos de toneladas de Acero a otros países vecinos y también en el “Nuevo Mundo” (Las Américas), ergo convirtiendo su Acero en “Oro” (no siempre literalmente, basta con decir dinero, que a su vez es sinónimo de Oro en muchos contextos).
Hasta Salvador Dalí, al que considero más allá de sus excentricidades un auténtico genio, hace mención al proceso alquimista y de hecho se considera a sí mismo (no sé si completamente, aunque describe el proceso) en una suerte de alquimista que transforma materia vil en materia noble, no necesariamente tomando al Oro elemental como referencia. Él se refiere a que tanto él como otros artistas era capaz de hacer obras maestras (pinturas, dibujos) a partir de materiales que por sí mismos no valen nada o como mucho, son muy baratos. Es como decir: denme un lápiz y una hoja y produciré un dibujo mediocre, pero en manos de Dalí (o cualquiera otro gran artista) será capaz de producir algo que se pueda tasar en miles de euros o dólares. En éste caso, tanto el lápiz como el papel se mantienen, la diferencia es el talento entre un servidor y el genio que era Dalí.
Ésto también me recuerda a cuando Shakespeare dice a través del personaje de Benedicto en la Obra de “Mucho ruido y pocas nueces”:
“¿No es extraordinario que unas tripas de carnero tengan la propiedad de hacer salir las almas de su envoltura corporal?”
Hace referencia a cómo la tripa trenzada de carnero (también se usaban tripas de otros animales) se usaban para fabricar las cuerdas de instrumentos musicales de los que se arrancaba tan noble sonido, de nuevo, a partir de “materia vil” la transformación “alquímica” en algo noble, bello.