Se conoce al Plomo desde los albores de la Humanidad.
Es de los pocos elementos que pueden aparecer nativos en la corteza terrestre, pero incluso sus minerales, al ser tan densos, destacan lo suficiente entre el resto como para poder identificarlos como menas del elemento. Es por ésto y por el hecho de que sea tan fácil de obtener que se lleva usando desde hace, por lo menos, más de cinco milenios antes de Cristo.
Nunca tuvo una consideración especial, ni siquiera equiparable a la del Cobre (el menos valuado entre todos los “primeros” metales, salvo quizás el Estaño). El motivo se debe a que es demasiado blando y a diferencia de los que he nombrado anteriormente, no se puede endurecer fácilmente (salvo con Antimonio, Arsénico) e incluso endurecido sigue siendo un elemento altamente endeble.
Se usó originalmente en forma metálica para usos de poca o ninguna responsabilidad mecánica, a saber, tuberías, platería, fuentes, cubertería, como bien monetario, et cétera. Los usos primogéneos de sus compuestos son asociados a la coloración de las cerámicas, vidrios, como cosméticos...
Se obtenía como sub-producto de la explotación de la Plata, metal con el que se halla asociado en las menas de éste, y viceversa (se obtiene Plata de las explotaciones de Plomo y Plomo de las de Plata). Es más denso que ésta, pero menos que el Mercurio y el Oro.
Es el elemento de mayor peso atómico cuyos átomos hasta la fecha se consideran estables a todos los efectos (el Bismuto también se considera “estable” pero se han detectado desintegraciones en sus núcleos, lo que pasa es que la cantidad de tiempo necesaria para dicha desintegración es tan alta que a todos los efectos se considera estable).
El Plomo es un metal atípico en muchos sentidos, único.
A diferencia de la mayoría de elementos más ligeros (en el sentido del peso atómico) la mayoría del Plomo presente en la corteza terrestre proviene de los procesos de desintegración de elementos súper-pesados como el Uranio, el Torio, Neptunio y Plutonio (Actínidos). Así mismo, es el resultado de preferencia en los procesos de desintegraciones de núcleos de Radón, Cesio, Francio... virtualmente todos (o la mayoría) de elementos ultra-pesados decaen en Plomo, Bismuto o Mercurio, y más raramente, en Talio.
El isótopo del Plomo Pb-208 con una combinación de p=82 y n=126 se considera un núcleo “doblemente mágico” en física nuclear y astrofísica debido al hecho de que ambas cifras se encuentran entre el selecto grupo de números específicos que muestran un índice de unión de nucléon – nucléon más elevado de lo que en principio se podría calcular mediante la fórmula semi-empírica que calcula la energía de enlace entre nucleones (protones y neutrones de un mismo núcleo). Ésto convierte al Plomo en un elemento más estable de lo que cabría esperar considerando su enorme peso atómico, Z=82.
Es un chalcógeno de la familia del Carbono con valencia de 4, en el, los estados de oxidación más comunes son +2 y +4, exactamente los mismos que los del Platino, aunque a diferencia de otros miembros de su propio grupo (14 de la Tabla Periódica) en el Plomo el estado de oxidación más frecuente es el de +2, no el de +4 (aunque también es estable).
El mineral capital de éste metal es la Galena, un Sulfuro binario de Plomo y Azufre de composición PbS donde el Plomo respresenta más del 85% de la masa total del compuesto, lo cual explica su alta densidad.
La Galena se parece a primera vista al Grafito elemental, aunque es más densa. Ésto ha llevado a confusiones históricas y es la causa principal que explica cómo el Grafito propiamente usado para escribir (o dibujar) desde antaño reciba el nombre de “Lead” en inglés, nombre que comparte el elemento Plomo en estado puro.
En alemán se denomina “Blei” (o “Bley”) y tiene un origen proto-nórdico y/o germánico.
El nombre que nosotros le damos, “Plomo”, procede del latín “Plumbum”. El nombre es importante, porque de él derivan otras acepciones lingüisticas y se usa ampliamente para hacer referencia a algo denso.
La planta trepadora conocida como “Plumbago” recibe su nombre del Plomo. La teoría más aceptada es que se debe a la coloración azulada de sus flores, mientras que otros sostienen que se usaba medicinalmente para tratar las afecciones relacionadas con la ingesta del metal, que al ser tóxico, pues envenena.
En España se utiliza el término “fontanero” para el obrero especializado en cañerías (tuberías), baños, lavabos, fuentes, sistemas hidráulicos caseros o de mayor nivel. En inglés se llama “Plumber” al trabajador de éste oficio, mientras que en gran parte de Iberoamérica se denomina “Plomero”. El origen de “Plumber” y “Plomero” se debe a que las tuberías/cañerías antiguamente (y cada vez menos) se fabricaban con éste metal.
Aunque el uso del Plomo para conducir agua en grandes cantidades ya era empleado desde antes, fue la Antigua y próspera Roma la que hizo de él parte intrínseca de su cultura. Era un elemento vital para poder suministrar a todas las ciudades (urbes), grandes o pequeñas, era el elemento ideal para la tarea: muy resistente a la corrosión, fácil de trabajar, resistente al paso del tiempo, muy duradero y reciclable.
Se asocia al Plomo con Saturno desde antes del apogeo de la Alquimia en Europa y es el metal más “lúgubre” de todos por varios motivos.
Su alta densidad, lustre atractivo y robusto, sinónimos de fortaleza inperenne así como la facilidad de gravarlo (tallar inscripciones o directamente formas o figuras en planchas del metal) lo convertían en un material excelente para acompañar las lápidas.
Cuando la artillería reemplazó a las ballestas y arcos y echó por tierra el uso de las armaduras de placa (en su momento, un hombre bien entrenado con éste nivel de protección era prácticamente inmune a la espada y sólo podría ser afectado a martillazos en el cráneo) el Plomo saltó a la palestra nuevamente, para un uso específicamente letal: balas y proyectiles de todo tipo, desde las antiguas bolas de los arcabuces españoles hasta las balas modernas de los fusiles de largo alcance americanos, rusos y alemanes.
El Plomo tuvo gran relevancia durante la Era de la Alquimia, ya que se consideraba la materia prima para la transmutación de cara al Oro, al ser un metal parecido al rey de los metales. Era denso, blando y poco reactivo. Los alquimistas veían al Plomo como “el más viejo de los metales”, una suerte de “abuelo” entre los elementos que conocían. Ésto es curioso si tenemos en cuenta que, en todo caso, el Plomo es uno de los elementos más jóvenes, precisamente debido a que producirlo requiere o bien una Supernova, que es la fase final de la vida de una estrella masiva, o la desintegración de un núcleo radiactivo súper-pesado, como los de los Actínidos (el ejemplo más conocido es el del Uranio).
Algo que, no obstante, he de mencionar y que me revuelve las tripas al pensarlo, es que el sueco Niels Bohr, luego de muchos intentos, logró mediante la ciencia empírica moderna lo que fue durante siglos el objetivo de todo aquel alquimista que se preciara de serlo: transmutó Plomo en Oro. Para ésto, restó 3 protones al Plomo, Z=82 -3 = Z=79
El problema, claro, es que el proceso en sí mismo no es rentable, pero en cualquier caso me resulta casi hasta gracioso ver como, en cierto modo, aquellos alquimistas que andaban prácticamente a ciegas y no tenían ni de lejos las herramientas o instrumentos de los que se puede presumir hoy en día en algunos laboratorios de países como Estados Unidos, Rusia y algunos de la Unión Europea, sostuvieron de forma más o menos acertada que una de las vías posibles para la obtención del metal áureo fuera a partir de la transmutación del Plomo.
No es casualidad, tampoco, que el que haya llevado a cabo la reacción (nuclear, no química) fuera sueco: ésta nación ha parido a la mayoría de grandes científicos relacionados con la química y física relativa a los metales desde finales del siglo XVIII.
Pesado no, lo siguiente
Hay un adjetivo que define bien al Plomo: pesado.
Si el Cobre es “rojo”, el Oro es “áureo, regio” y el Hierro “duro, fuerte” el Plomo es definitivamente, pesado.
Decimos “pesado” porque es lo primero que se nos viene a la cabeza cuando alguien nos menciona el Plomo. Ésto ha llegado a tal punto que en castellano y otras lenguas, adjetivos como “plomizo” o bien, utilizado en cualquier contexto literario donde se haga referencia a un material particularmente denso.
Lo cierto es que el Plomo donde menos “pesado” es es en la mano. Esto lo digo porque, mirando su peso atómico y su naturaleza venenosa, cumple con todos los parámetros para ser, por definición, el metal pesado por excelencia.
Son muchos los metales más densos que el Plomo. El Osmio y el Iridio son casi dos veces más densos, pero sus núcleos son más “ligeros”, y lo pongo entre comillas porque sólo parecen ligeros en comparación a los del Plomo.
El Mercurio es tóxico y más denso, pero su peso atómico es inferior.
El Bismuto tiene mayor peso atómico, y es lo suficientemente tóxico como para ser considerado un “metal pesado” desde el punto de vista químico, pero es menos denso que el Plomo.
Resumiendo, el Plomo es el único elemento que cumple todos los parámetros para ser considerado por mérito (si es que se puede llamar mérito a ésto) como el metal pesado por excelencia.
En estado puro y sin corroer, el Plomo presenta un color gris-azulado característico, único. Es un metal opaco, difícil de pulir; incluso en el mejor de los casos y con una amoladora de élite sigue manteniendo un aspecto como “de madera” en el sentido de que no se logra un aspecto liso y uniforme en su superficie, incluso tras el lijado. Ésto se lleva hasta tal extremo que cuando examinamos Plomo enfriado podemos notar diferencias de tono en su “piel”. Pocos metales tienen ésta característica.
El color inicial azulado se pierde con relativa facilidad mediante la formación de una capa protectora de óxido que a pesar de no ser tan resistente como las de los metales altamente reactivos, como el Titanio y el Cromo, ocupa tanto volumen que oscurece la piel del Plomo y le quita el tinte azulado para pasar a un gris aún más opaco. A partir de ésta fase, difícilmente el Plomo torne en otro color que no sea un gris cada vez más oscuro llegando a rozar un tinte negruzco.
Es un metal maleable, pero poco dúctil. Normalmente, los metales dúctiles son maleables, pero ésta máxima no se cumple a la inversa. Dicho de otra manera, es más fácil obtener planchas de Plomo que alambres del metal puro. La adición de Estaño y/o Indio mejora la ductilidad del Plomo, aunque se necesitan porcentajes muy elevados como para conseguir alambres (>50%), con lo cual difícilmente podríamos decir que se trata de un cable/alambre o hilo de Plomo, siendo que en realidad se trata de una aleación.
El Plomo no es volátil ni siquiera cuando pulverizado y es muy estable a los impactos.
Tiene propiedades auto-lubricantes, y no genera chispas mediante fricción.
La resistencia al calor es pésima, y es un pobre conductor del calor y la electricidad.
El Plomo es poco compatible con la mayoría de metales que no sean de su categoría (metales de post-transición). Mezcla bien con el Mercurio, y medianamente con la Plata y el Oro, pero no con el Cobre ni muchísimo menos otros metales de transición típicos como el Hierro. La única excepción es el Zinc, con el que tiene cierta afinidad.
La solubilidad del Plomo en el Cobre es muy baja, a diferencia del Estaño, por lo que se usa en compañía de éste para lograr aleaciones de “Bronce al Plomo alto” en las que se prepara una aleación de Plomo – Estaño individual primero que luego es agregada al Cobre fundido. Es la única excepción en el Bronce tradicional, en el que el Estaño se puede añadir incluso como mineral.
El Plomo es tóxico, aunque no tanto como el Mercurio, el Talio y el Arsénico. La exposición a sus vapores (inhalación del Plomo) deriva en la enfermedad conocida como Saturnismo. Afortunadamente, el contenido de Plomo en el cuerpo puede ser “salvado” (excretado) con tratamientos médicos adecuados. El Mercurio, por otra parte, una vez entra no sale.
Ambos son perjudiciales, y ambos atacan específicamente al cerebro, alterando sus funciones.
Intoxicaciones leves por Plomo que no lleguen a niveles tan altos como para desencadenar enfermedades sí pueden tener efectos nocivos permanentes como un aumento de la conducta violenta, incremento de la agresividad, disminución de habilidades sociales y demás rasgos que forman parte del cuadro “perfecto” (por decirlo de alguna manera) para desarrollar una mente criminal. En éste sentido, el Plomo nuevamente se muestra como un metal asociado a lo negativo en el sentido de que con él se fabrican proyectiles, pesticidas, y cuando penetra en el cerebro, puede convertir a un infante sano en un futuro chico o chia problemático/a. Es por ésto que las autoridades sanitarias instan a la población civil a evitar todo contacto posible con el metal, si bien ha de aclararse que la intoxicación propiamente dicha no es en ninguna forma tan exageradamente fácil de contraer como muchas veces, se ha escrito. La gente lee una noticia alarmista y se desata el pánico general. Me gustaría que tuvieras en cuenta que hasta no hace mucho tiempo, las cañerías (tuberías) de agua se fabricaban con éste metal, ni que decir tiene que manipularlo no significa que estés tocando ántrax. En resumen, con cuidado, pero sin que cunda el pánico provocado por la paranoia.
El plomo (Pb), elemento químico de número atómico 82, es un metal de post-transición del grupo 14, conocido por su alta densidad (11,34 g/cm³) y relativa abundancia (~14 ppm en la corteza terrestre). Entre los metales no preciosos, como el cobre (Cu) o el zinc (Zn), el plomo se destaca como el más químicamente inerte, lo que lo clasifica como el menos “vil” y más “noble” de su categoría. Su baja reactividad, combinada con una suavidad notable (dureza Mohs ~1,5) y un punto de fusión moderado (327,5 °C), lo hace ideal para aplicaciones donde la resistencia a la corrosión es crucial, aunque su toxicidad limita su uso en contacto con agua potable o alimentos.
El plomo es altamente resistente a una amplia gama de entornos corrosivos. En aire seco y húmedo, forma una capa protectora de óxido de plomo (PbO) que previene la oxidación adicional. Es estable en agua dulce y salada, mostrando mínima solubilidad (~0,1 mg/L en agua pura), aunque esta ligera disolución libera iones de plomo (Pb²⁺) que, a largo plazo, pueden acumularse y representar un riesgo tóxico, especialmente en sistemas de agua potable. El plomo resiste álcalis, como el hidróxido de sodio (NaOH), y una variedad de disolventes orgánicos, incluidos alcoholes, éteres y cetonas con enlaces C-H-O, que no lo afectan. Su resistencia a los ácidos varía: es notablemente resistente al ácido sulfúrico (H₂SO₄), tanto diluido como concentrado, debido a la formación de una capa pasivadora de sulfato de plomo (PbSO₄), insoluble y protectora, que detiene la corrosión posterior. También resiste el ácido clorhídrico (HCl), formando cloruro de plomo (PbCl₂), aunque esta capa es menos efectiva. Sin embargo, el ácido nítrico (HNO₃) ataca el plomo lentamente, con una velocidad que aumenta con la concentración, produciendo nitrato de plomo (Pb(NO₃)₂).
La resistencia del plomo al ácido sulfúrico es su característica más destacada, ya que este ácido es uno de los más corrosivos en aplicaciones industriales y civiles. Esta propiedad permite usar el plomo en equipos de síntesis de H₂SO₄, como cámaras y recipientes, donde su inercia química garantiza durabilidad. Incluso en estado fundido, el plomo es resistente al oxígeno (O₂), superando al estaño (Sn) en nobleza química, lo que lo hace ideal para piezas expuestas a entornos corrosivos, como tuberías y revestimientos en la industria química. Sin embargo, su toxicidad, vinculada a la liberación de iones Pb²⁺, ha llevado a restricciones en su uso en aplicaciones como tuberías de agua potable o envases alimentarios, donde la exposición prolongada puede causar daños neurológicos y renales. En 2025, la producción global de plomo (~4,5 millones de toneladas anuales) se concentra en baterías (baterías de plomo-ácido) y blindajes, pero su manejo requiere estrictas precauciones para evitar la contaminación ambiental y sanitaria.
El plomo (Pb), elemento químico de número atómico 82, es un metal de post-transición del grupo 14 con una densidad de 11,34 g/cm³ y una abundancia de ~14 ppm en la corteza terrestre. Aunque no rivaliza con la versatilidad de metales como el aluminio (Al) o el hierro (Fe) debido a su baja resistencia mecánica (dureza Mohs ~1,5) y toxicidad, el plomo es ampliamente utilizado por su alta densidad, maleabilidad y notable resistencia a la corrosión, especialmente frente al ácido sulfúrico (H₂SO₄). Con una producción global de ~4,5 millones de toneladas anuales en 2025, el plomo encuentra aplicaciones en sectores diversos, desde la energía hasta la construcción, aunque su uso está cada vez más restringido por preocupaciones ambientales y sanitarias.
Uno de los usos principales del plomo es en baterías de plomo-ácido, que representan ~80% de su consumo global. Estas baterías, utilizadas en vehículos, sistemas de respaldo de energía y aplicaciones industriales, aprovechan la capacidad del plomo para formar electrodos duraderos y su resistencia al H₂SO₄, que actúa como electrolito. La formación de una capa pasivadora de sulfato de plomo (PbSO₄) durante el ciclo de carga-descarga contribuye a su longevidad. En la construcción, el plomo se emplea en revestimientos y láminas para impermeabilización, especialmente en techos y canalizaciones, debido a su maleabilidad y resistencia a la corrosión en agua y aire. Históricamente, se usó en tuberías de agua potable, pero esta práctica ha sido abandonada por la liberación de iones Pb²⁺, que causan daños neurológicos y renales.
En la industria química, la inercia del plomo frente al H₂SO₄ lo hace ideal para fabricar recipientes y cámaras en la síntesis de este ácido, un proceso crítico en la producción de fertilizantes y químicos industriales. Su resistencia al oxígeno (O₂), incluso en estado fundido (punto de fusión 327,5 °C), también lo hace útil en revestimientos protectores para equipos expuestos a ambientes corrosivos. En blindajes, la alta densidad del plomo lo convierte en un material esencial para proteger contra radiaciones ionizantes, como en salas de rayos X, reactores nucleares y contenedores de materiales radiactivos. En menor medida, el plomo se usa en aleaciones, como el metal de imprenta (Pb-Sb-Sn) y soldaduras, aunque estas aplicaciones han disminuido en favor de alternativas no tóxicas.
Otros usos incluyen municiones (balas y perdigones), donde su densidad y facilidad de moldeo son ventajas, y pigmentos, como el blanco de plomo (2PbCO₃·Pb(OH)₂), aunque estos han sido reemplazados en muchos países por compuestos más seguros. La toxicidad del plomo, que puede acumularse en el cuerpo (semivida biológica ~30 días), ha llevado a regulaciones estrictas, como la directiva RoHS, que limita su uso en electrónica a menos del 0,1% en peso. A pesar de estas restricciones, la versatilidad del plomo en aplicaciones industriales, energéticas y de protección radiológica lo mantiene como un material relevante, siempre que se maneje con precauciones para minimizar su impacto ambiental y sanitario.
En la Antigüedad, los usos del plomo eran limitados antes de Roma, pero se expandieron con su imperio. En estado puro o de alta pureza, se empleaba en la fabricación de recipientes, como cuencos y jarras, y en fontanería para tuberías, aprovechando su facilidad de moldeo y resistencia al agua dulce y salada. A diferencia del cobre (Cu), que desarrolla una pátina corrosiva (carbonato de cobre básico, Cu₂(OH)₂CO₃) o sulfatos que alteran el sabor del agua, el plomo mantenía la calidad del agua sin requerir limpiezas frecuentes. Su bajo costo en la Antigüedad, comparado con el acero o el bronce, lo hacía ideal para redes de distribución de agua y sistemas sépticos, muchos de los cuales, como los acueductos romanos, permanecen funcionales en algunas partes del mundo. En aleaciones, el plomo no es miscible con el cobre, por lo que se añadía al bronce (Cu-Sn) en pequeñas cantidades tras fundir una mezcla de plomo y estaño (Sn), mejorando la fluidez del metal fundido para moldes complejos, una práctica que persiste en ciertos procesos modernos, aunque con aplicaciones distintas.
La teoría de que el plomo contribuyó a la caída del Imperio Romano (siglo V d.C.) se basa en su uso en tuberías y recipientes, que pudo liberar iones Pb²⁺ al agua potable, causando intoxicación crónica. Con una solubilidad de ~0,1 mg/L, el plomo podía acumularse en el cuerpo (semivida biológica ~30 días), provocando daños neurológicos y renales. Algunos historiadores han sugerido que esta exposición afectó la salud de la población, debilitando la sociedad romana, e incluso han especulado que emperadores como Calígula o Nerón, conocidos por comportamientos erráticos, sufrieron envenenamiento por plomo. Sin embargo, esta hipótesis es cuestionable. Los romanos conocían la toxicidad del plomo y usaban metales nobles como la plata (Ag) o el oro (Au, equivalente a >18 quilates modernos) para vajillas de élite, minimizando la exposición en las clases altas. Además, el consumo de plomo no era exclusivo de Roma; otras civilizaciones, como los germanos o galos, también usaban materiales potencialmente contaminados, sin mostrar un declive comparable.
La caída de Roma es más atribuible a factores complejos: migraciones de pueblos bárbaros (germanos, vándalos), conflictos internos por el auge del cristianismo, que desafió la tradición militar romana (ligada al dios Marte, origen de “marcial”), y un gobierno corrupto que relajó los requisitos para la ciudadanía y debilitó la cohesión social. La intoxicación por plomo, aunque real, no fue un factor determinante frente a estas dinámicas sociopolíticas y militares. La producción moderna de plomo (~4,5 millones de toneladas en 2025) se centra en baterías y blindajes, pero su uso en contacto con agua potable ha sido prohibido en muchos países debido a regulaciones como RoHS, que limitan su presencia en productos al 0,1% en peso. El legado del plomo en la Antigüedad refleja su importancia tecnológica, pero su impacto en la caída de Roma ha sido exagerado frente a causas históricas más sustanciales.
A pesar de su toxicidad y menor resistencia mecánica frente a metales como el aluminio (Al) o el hierro (Fe), el plomo es ampliamente utilizado por su alta densidad, resistencia a la corrosión (especialmente al ácido sulfúrico, H₂SO₄), bajo punto de fusión (327,5 °C), maleabilidad (dureza Mohs ~1,5), y propiedades autolubricantes. Con una producción global de ~4,5 millones de toneladas anuales en 2025, sus aplicaciones abarcan desde la energía hasta la protección radiológica, aunque regulaciones como RoHS limitan su uso en electrónica (<0,1% en peso) debido a riesgos ambientales y sanitarios.
La alta densidad del plomo lo hace ideal para aplicaciones donde el peso es funcional. En la pesca, las plomadas, fabricadas por inyección de plomo fundido en moldes con un orificio para el hilo, son resistentes al agua dulce y salada, aunque están siendo reemplazadas por materiales menos tóxicos como el zamak (aleación de Zn-Al-Mg-Cu) o el acero recubierto. En municiones, el plomo es el material preferido para balas y perdigones desde su uso en arcabuces en el siglo XV, liderado por España bajo Gonzalo Fernández de Córdoba durante las Guerras Italianas. Su densidad proporciona alta energía cinética, mejorando la penetración, pero su toxicidad ha impulsado investigaciones de alternativas, como el acero con wolframio (W, ~20%) usado en proyectiles de tanques durante la Segunda Guerra Mundial. La persistencia del plomo en el medio ambiente tras conflictos bélicos ha generado críticas, aunque el enfoque en reemplazarlo sin abordar los conflictos mismos es cuestionable. En protección balística, el plomo se combina con materiales como el Kevlar en chalecos y trajes antidisturbios o antiexplosivos, aportando densidad para absorber impactos, aunque su peso limita la movilidad.
En blindajes radiológicos, el elevado peso atómico del plomo (Z=82) lo convierte en un material clave para bloquear radiaciones ionizantes, como rayos gamma y X. Se usa en planchas para salas de rayos X en hospitales, contenedores de residuos radiactivos (por ejemplo, hexafluoruro de uranio, UF₆), y trajes protectores en desastres nucleares como Chernóbil (1986) y Fukushima (2011). Comparado con el acero (Fe, Z=26), el plomo es más efectivo por su mayor densidad nuclear, aunque estructuras de acero-plomo-acero reducen costos y peso. El plomo debe reemplazarse periódicamente, ya que puede absorber neutrones, transformándose en isótopos inestables (por ejemplo, Pb-204 + n → Pb-205 → Tl-205). En la industria química, su resistencia al H₂SO₄ permite su uso en recipientes y cámaras para la síntesis de este ácido, así como en revestimientos de estructuras expuestas a corrosivos. En baterías de plomo-ácido, que dominan ~80% de su consumo, el plomo forma electrodos duraderos, aprovechando la capa pasivadora de PbSO₄.
En aleaciones, el plomo se combina con estaño (Sn) en soldaduras (típicamente 60% Sn-40% Pb), valoradas por su bajo punto de fusión y conductividad, aunque su uso disminuye por restricciones ambientales. La aleación Babbitt (Pb-Sb-Sn) se emplea en rodamientos por sus propiedades autolubricantes. En música, las pipas de órganos de iglesias, hechas de una aleación Pb-Sn, aprovechan la densidad del plomo para producir tonos graves y resonantes, contrastando con su uso bélico. En óptica, el óxido de plomo (PbO) se añade (~14–40%) a vidrios como el “cristal de plomo” (inventado por George Ravenscroft en 1674), aumentando la refracción y el brillo para joyería y decoraciones, como los cristales Swarovski. Este vidrio, químicamente inerte una vez formado, no presenta riesgos significativos, aunque su fabricación requiere precauciones. El blanco de plomo (2PbCO₃·Pb(OH)₂), un pigmento histórico, y los estabilizantes de plomo en plásticos (PVC) para resistencia a rayos UV están en declive debido a su toxicidad, siendo superados por alternativas como el cadmio (Cd), aunque también problemático.
El plomo (Pb), elemento químico de número atómico 82, es un metal de post-transición del grupo 14 con una densidad de 11,34 g/cm³ y una abundancia de ~14 ppm en la corteza terrestre. Conocido desde la Antigüedad por su maleabilidad y resistencia a la corrosión, el plomo ha jugado un papel significativo en la alquimia, la astrología y las tradiciones pseudocientíficas que precedieron a la química y la astronomía modernas. Su asociación con conceptos de antigüedad, transformación y pesadez lo convirtió en un símbolo poderoso en el folclore y la cosmovisión de diversas culturas, particularmente en el contexto grecorromano y alquímico.
En la alquimia, el plomo era considerado el “abuelo de los metales”, el material más antiguo y “vil” (menos puro), en contraste con el oro (Au), visto como la forma más noble y perfecta. Los alquimistas creían que todos los metales podían transformarse mediante procesos naturales o artificiales, y el plomo, debido a su densidad y ciertas propiedades químicas compartidas con el oro (como su estabilidad relativa), era el punto de partida ideal para la transmutación hacia el oro, el objetivo supremo de la alquimia. Este proceso no solo buscaba la transformación material, sino que simbolizaba la purificación espiritual, reflejando la idea de elevar algo “inferior” a un estado superior. La alquimia también asociaba el plomo con procesos específicos, como la fermentación o putrefacción (en Capricornio) en la “vía seca” y “vía húmeda”, dos secuencias de transformación que vinculaban metales a signos zodiacales: Plomo (Capricornio/Acuario), Estaño (Sagitario/Piscis), Hierro (Escorpio/Aries), Cobre (Libra/Tauro), Mercurio (Virgo/Géminis), Plata (Cáncer), y Oro (Leo). Cada signo representaba una etapa alquímica, como calcinación, disolución o sublimación, aplicables a metales y compuestos orgánicos, simbolizando la refinación de la materia y el espíritu.
En la astrología, el plomo está ligado al planeta Saturno, que comparte su símbolo (♄) en alquimia y astrología, reflejando su conexión con Cronos, el dios grecorromano del tiempo y padre de Zeus (Júpiter). Saturno, percibido como lento, pesado y antiguo, contrastaba con Júpiter, asociado al estaño (Sn) y la vitalidad. El plomo, por tanto, simbolizaba la ponderosidad, la madurez y la estabilidad, pero también la melancolía y el peso del tiempo. Se asocia con los signos zodiacales Capricornio y Acuario, aunque la conexión con Acuario es menos conocida en la astrología moderna, que a menudo omite su relación con el plomo en favor de otros metales como el zinc (Zn) o el platino (Pt). En la alquimia, los signos no solo representaban influencias celestes, sino etapas de transformación: por ejemplo, la “fermentación” de Capricornio podía aludir a la descomposición controlada (putrefacción) o la creación de sustancias nobles, como el vino a partir de uvas, un paralelismo con la transformación artística descrita por figuras como Salvador Dalí o Shakespeare, quienes veían la alquimia como una metáfora de la creación de belleza a partir de materias primas humildes.
El legado folclórico del plomo trasciende su uso material, evocando ideas de transformación y dualidad: un metal “vil” con potencial para lo sublime. Aunque su producción moderna (~4,5 millones de toneladas anuales en 2025) se centra en aplicaciones prácticas como baterías y blindajes, su simbolismo en la alquimia y astrología refleja una visión antigua de la materia como un medio para la trascendencia, desde la pesadez del plomo hasta la pureza del oro, una metáfora que perdura en la cultura y el arte.