El acero inoxidable —término derivado del francés acier inoxydable— se define, desde un punto de vista técnico, como toda aleación de acero compuesta esencialmente por hierro (Fe) y carbono (C), que incorpora un contenido mínimo de cromo (Cr) del 10,5 % en masa. Esta proporción de cromo es suficiente para formar una capa pasiva de óxido de cromo (Cr₂O₃) sobre la superficie del material, lo que le confiere una notable resistencia a la corrosión atmosférica y química, incluso en entornos agresivos.
Sin embargo, en la práctica industrial y comercial, el término “acero inoxidable” se aplica con cierta flexibilidad. Es habitual que se denomine así a cualquier aleación ferrosa que muestre una resistencia significativa a la oxidación, aunque no cumpla estrictamente con el umbral de cromo mencionado. Esta amplitud de uso puede generar ambigüedades, especialmente cuando se comparan composiciones metalúrgicas o se evalúan propiedades específicas en contextos normativos. Por ello, en este espacio se adoptará la definición estándar basada en la aleación hierro–cromo como referencia principal, reservando para más adelante un análisis detallado de las variantes y excepciones que se presentan en la práctica metalúrgica contemporánea.