El cuproníquel se define como una aleación con base de cobre (Cu) en la que el níquel (Ni) constituye al menos un 10 % en masa o actúa como el aleante principal. Esta categoría de aleaciones no responde a una única composición fija, sino que abarca un rango de proporciones que permiten ajustar sus propiedades mecánicas, térmicas y químicas según la aplicación deseada.
Es importante distinguir el cuproníquel de otras aleaciones en las que el níquel está presente junto a concentraciones significativas de elementos adicionales como el zinc (Zn), el estaño (Sn) o el aluminio (Al). En estos casos, la aleación resultante no se clasifica como cuproníquel, sino como bronce al níquel, una familia distinta con características propias. La diferencia radica en la proporción relativa de los elementos: mientras que en el cuproníquel el níquel domina como componente secundario tras el cobre, en el bronce al níquel la presencia de otros aleantes modifica sustancialmente la estructura y el comportamiento del material, generando propiedades diferenciadas tanto en términos de resistencia como de reactividad química.
El cuproníquel de calidad se caracteriza por contener exclusivamente cobre (Cu) y níquel (Ni) como componentes principales, acompañados únicamente por trazas de otros elementos añadidos de forma controlada. Entre estos, el manganeso (Mn) se incorpora deliberadamente para prevenir la oxidación intergranular durante el proceso de fundición. Por el contrario, elementos como el azufre (S), el oxígeno (O) o el fósforo (P) son considerados indeseables y se evitan rigurosamente, ya que su presencia compromete la integridad estructural y la estabilidad química de la aleación.
Existen cinco grados reconocidos de cuproníquel, ninguno de los cuales está registrado como marca comercial. En todos los casos, la composición se mantiene sencilla: una mezcla de cobre y níquel, dos metales completamente miscibles entre sí en cualquier proporción. Esta compatibilidad permite que el contenido de níquel en la matriz de cobre —o viceversa— varíe desde valores tan bajos como 0.01 % hasta concentraciones cercanas al 95 %. Sin embargo, cuando el níquel se convierte en el metal base, es decir, el componente más abundante en masa, la aleación deja de clasificarse como cuproníquel y pasa a formar parte de una categoría distinta, como ocurre con el Monel, una aleación especial con predominancia de níquel.
Asimismo, no deben considerarse grados de cuproníquel aquellas aleaciones que combinan cobre, níquel y zinc (Zn). Esta tríada da lugar a una familia diferente conocida como alpaca o plata alemana, también denominada plata de hotel o plata de imitación. Aunque estas aleaciones pueden presentar similitudes visuales y estructurales con el cuproníquel, sus propiedades y aplicaciones son distintas, por lo que no deben confundirse ni clasificarse bajo la misma denominación metalúrgica.
La aleación conocida hoy como cuproníquel llegó a Europa a través de rutas comerciales establecidas con China mucho antes del descubrimiento del níquel (Ni) como elemento químico en el continente europeo, e incluso antes de la llegada de los españoles a América. En China, esta aleación era denominada “Pai-Tong”, término que se traduce literalmente como “cobre blanco”. En aquel contexto, se consideraba un metal nuevo, similar al cobre (Cu), aunque su composición exacta era desconocida. Dado que se obtenía de las mismas minas donde se explotaba el cobre, y compartía muchas de sus propiedades físicas, la confusión entre ambos materiales fue común.
El cuproníquel es una aleación nativa, es decir, puede encontrarse de forma natural en depósitos minerales, al igual que ocurre con las combinaciones hierro–níquel (Fe–Ni) presentes en meteoritos metálicos. La alta afinidad química entre el cobre y el níquel permite que ambos metales coexistan en estado natural, y al fundirse juntos, generan una mezcla blanquecina más dura y resistente que el cobre puro, con una notable capacidad para resistir la corrosión, especialmente frente a compuestos sulfurosos.
La aleación “Pai-Tong” tuvo una recepción especialmente favorable en países como Alemania, donde fue valorada por su equilibrio entre coste y propiedades funcionales. Su precio se situaba entre el del cobre y el de la plata (Ag), lo que la convirtió en una opción atractiva para la fabricación de cubertería, ornamentos y bisutería. Con el tiempo, el níquel fue aislado como elemento puro, lo que permitió su incorporación deliberada en aleaciones con cobre para producir el primer “cobre blanco” europeo.
En Alemania y en los países nórdicos, el níquel fue originalmente conocido como “Kupfernickel”, una palabra compuesta en la que Kupfer significa cobre, y Nickel hace referencia a una figura del folclore local —un duende o ente travieso— que, según la creencia popular, sustituía el cobre de alta calidad por un metal blanco más difícil de trabajar. De esta denominación germánica deriva el término castellano “cuproníquel”, que conserva la estructura semántica original.
Aunque en algunas regiones de Alemania el níquel elemental sigue siendo llamado “Kupfernickel”, la denominación se ha simplificado a “Nickel” para evitar confusiones entre el metal puro y la aleación cobre–níquel. Esta distinción terminológica ha sido adoptada también en los países de habla anglosajona.
Con el paso del tiempo, el cuproníquel dejó de ser una rareza importada de Oriente para convertirse en una aleación producida masivamente en Europa, utilizada como alternativa económica a la plata. Posteriormente, la inclusión de zinc (Zn) en la fórmula estándar de cobre y níquel dio origen a la llamada “plata alemana” o alpaca. Cabe destacar que “Alpacca” es, en efecto, una marca registrada, aunque el término se ha generalizado para referirse a esta familia de aleaciones ternarias.
Las aleaciones de cuproníquel se presentan en distintos grados según la proporción relativa de cobre (Cu) y níquel (Ni), lo que determina sus propiedades físicas, químicas y estéticas. Cada grado responde a necesidades específicas de resistencia, durabilidad y coste, y se emplea en contextos industriales, monetarios y marinos.
Una composición de 90 partes de cobre y 10 partes de níquel genera una aleación de tonalidad amarillenta opaca, con aspecto “sucio”. Este grado, el más económico por su bajo contenido de níquel, se utiliza de forma limitada, aunque presenta una resistencia aceptable en ambientes marinos.
La variante con 85 partes de cobre y 15 de níquel ofrece un color blanco con un leve matiz amarillento. Es aún menos común que la anterior, y su uso está restringido a aplicaciones muy específicas.
Cuando la proporción alcanza 80 partes de cobre y 20 de níquel, el resultado es una aleación de color blanco con un sutil tono azulado. Este grado se emplea frecuentemente en la fabricación de monedas, como los discos exteriores de las monedas de dos euros. Su resistencia a la corrosión es elevada, y mantiene su lustre en condiciones normales. Curiosamente, esta composición presenta una apariencia más blanca que el níquel puro, lo que la hace especialmente atractiva para aplicaciones estéticas y funcionales.
El grado con 75 partes de cobre y 25 de níquel constituye el cuproníquel por definición. Es el más tenaz, duradero y resistente a la corrosión, con una excelente estabilidad en agua marina incluso tras décadas de exposición continua. Este grado se utiliza en la fabricación de monedas como los “nickels” estadounidenses —monedas de cinco centavos— cuya fórmula se ha mantenido prácticamente inalterada desde finales del siglo XIX. Durante la Segunda Guerra Mundial, el níquel fue sustituido temporalmente por una mezcla de manganeso (Mn) y plata (Ag), ambos fácilmente solubles en cobre, debido a la alta demanda estratégica del metal. En contextos bélicos, el níquel se considera indispensable, al punto de que se prefiere utilizar plata como sustituto temporal en aplicaciones no críticas. Esta necesidad ha llevado al Gobierno Federal de los Estados Unidos a explorar alternativas más económicas para la acuñación de monedas, aunque el cuproníquel sigue siendo la opción preferida por su rendimiento y longevidad.
El cuproníquel es una aleación de apariencia típicamente blanca, opaca y no brillante, que destaca por su excelente comportamiento técnico en múltiples aplicaciones. Su estructura austenítica (γ) le confiere una combinación de tenacidad, ductilidad y maleabilidad que permite su forjado, extrusión, mecanizado, bobinado y soldadura con facilidad. Además, es completamente reciclable y no presenta propiedades magnéticas, lo que amplía su versatilidad en entornos industriales y tecnológicos.
La resistencia a la corrosión del cuproníquel supera la de cualquier otra aleación con base de cobre, especialmente en medios marinos. En agua de mar, se comporta de forma prácticamente inerte, sin sufrir daños significativos incluso tras exposiciones prolongadas, tanto intermitentes como continuas. Esta resistencia se debe a la acción combinada del cobre y el níquel: el ion cloruro (Cl⁻), presente en ambientes salinos, no puede atacar la aleación debido al alto contenido de cobre, mientras que las sales alcalinas —como las de sodio (Na⁺) o magnesio (Mg²⁺)— son repelidas por el níquel. En consecuencia, su comportamiento en agua dulce es aún más favorable.
Una propiedad destacada del cuproníquel es su capacidad para inhibir la proliferación bacteriana sobre su superficie. El cobre, reconocido por su acción bactericida, impide el desarrollo de microorganismos metalófagos, fenómeno conocido como biofouling. Esta característica lo convierte en un material idóneo para aplicaciones en entornos húmedos o sanitarios, donde la higiene superficial es crítica. Cabe señalar que, aunque el níquel puro puede permitir el crecimiento de ciertas bacterias, la presencia dominante de cobre en la aleación neutraliza esta posibilidad.
La composición más utilizada es la de 75 partes de cobre y 25 de níquel, considerada el grado estándar. Este equilibrio ofrece una excelente resistencia mecánica, alta tenacidad y un lustre similar al de la plata, lo que ha favorecido su uso como metal monetario. Su facilidad de fabricación —mediante troquelado, estampado u otros procesos— lo convierte en una alternativa eficiente y duradera frente a metales más costosos.
En cuanto a su comportamiento químico, el cuproníquel muestra una elevada resistencia frente a ácidos reductores, incluyendo el ácido fluorhídrico diluido. Sin embargo, su desempeño en ácidos oxidantes concentrados, como el nítrico (HNO₃) o el sulfúrico (H₂SO₄), es limitado, por lo que no se recomienda su uso en estos entornos.
Cuando se produce corrosión superficial, el cuproníquel adquiere una coloración verdosa o verde-azulada, resultado de la formación de compuestos como sulfatos o uratos sobre la superficie. Estos residuos pueden eliminarse fácilmente mediante limpieza con agua y jabón o detergente neutro.
En términos económicos, el cuproníquel presenta un coste superior al de aleaciones comunes como los aceros inoxidables AISI 304 o AISI 316L, pero inferior al de aleaciones especializadas de alta gama como el Hastelloy o el Incoloy. El precio final de la aleación depende principalmente del contenido de níquel, un metal más costoso que el cobre, que a su vez supera en valor al hierro (Fe), aluminio (Al) o zinc (Zn). Esta relación de precios refleja la calidad técnica y la durabilidad que ofrece el cuproníquel en aplicaciones exigentes.
El cuproníquel se emplea ampliamente en la fabricación de monedas, donde su resistencia al desgaste, facilidad de estampado y similitud visual con la plata lo convierten en una alternativa eficiente y duradera. Aunque en el ámbito doméstico la cubertería ha sido tradicionalmente una aplicación secundaria —hoy desplazada por el acero inoxidable—, en el entorno industrial el cuproníquel conserva un papel fundamental en componentes expuestos a condiciones corrosivas severas.
Su resistencia superior al ataque por agua de mar lo hace ideal para la fabricación de piezas mecánicas como tornillos, válvulas, tuercas, juntas, intercambiadores de calor, tuberías y rodamientos de bolas o rodillos. Estas aplicaciones son especialmente relevantes en sistemas de conducción y maquinaria naval, donde la exposición continua a ambientes salinos exige materiales con alta estabilidad química y mecánica.
En plantas desalinizadoras, el cuproníquel se utiliza en equipos destinados a la producción de sal de mesa (NaCl), aprovechando su inmunidad frente a la acción del ion cloruro (Cl⁻). En la industria química, se emplea para el procesamiento de sustancias corrosivas que no pueden ser manipuladas con aceros inoxidables convencionales, debido a la vulnerabilidad de estos frente al cloro elemental, halógenos diluidos y álcalis en caliente. En ciertos procesos, el cuproníquel también actúa como catalizador, gracias a su resistencia estructural y su estabilidad frente a agentes reactivos.
Una ventaja técnica destacada es su comportamiento a temperaturas bajo cero. A diferencia de los aceros no austeníticos, que tienden a fragilizarse en condiciones criogénicas, el cuproníquel mantiene su tenacidad y ductilidad, lo que lo convierte en un material apto para aplicaciones en climas extremos, sistemas de refrigeración industrial y entornos polares. Esta propiedad, junto con su resistencia química y mecánica, consolida al cuproníquel como una aleación polivalente de alto rendimiento.
La resistencia a la corrosión del cuproníquel es una de las razones principales por las que esta aleación se ha consolidado como material de elección en entornos agresivos, especialmente en aplicaciones marinas e industriales. Su comportamiento frente a la corrosión es excepcional, incluso cuando se expone de forma continua a agua de mar, salmuera, atmósferas húmedas cargadas de cloruros o soluciones químicas que deteriorarían rápidamente otros metales. Esta resistencia se debe a la formación espontánea de una película pasiva compuesta por óxidos de cobre y níquel, que actúa como barrera protectora frente al ataque químico. Esta capa es estable, adherente y autorreparable, lo que significa que si se daña mecánicamente, tiende a regenerarse en presencia de oxígeno, manteniendo la protección del metal base.
A diferencia de otras aleaciones, el cuproníquel no presenta problemas de corrosión localizada, como picaduras o fisuras por tensión, incluso en condiciones de flujo turbulento o en presencia de microorganismos marinos. De hecho, su superficie lisa y su baja susceptibilidad a la bioincrustación lo hacen especialmente útil en sistemas de tuberías, intercambiadores de calor y componentes sumergidos en agua de mar, donde la acumulación de organismos puede comprometer la eficiencia operativa. Además, el cuproníquel muestra una notable resistencia frente a ácidos orgánicos débiles, álcalis en caliente y gases corrosivos como el dióxido de azufre, lo que amplía su campo de aplicación en la industria química y petroquímica.
Otro aspecto importante es que esta resistencia no se ve comprometida por las variaciones de temperatura. El cuproníquel mantiene su estabilidad química y mecánica tanto en ambientes cálidos como en condiciones criogénicas, sin fragilizarse ni perder sus propiedades estructurales. Esta combinación de resistencia a la corrosión, durabilidad y comportamiento fiable en un amplio rango de temperaturas convierte al cuproníquel en una aleación altamente valorada en ingeniería naval, plantas desalinizadoras, instalaciones térmicas y procesos industriales donde la exposición a agentes corrosivos es constante y severa.
A pesar de su resistencia a la corrosión, no deben tomar contacto con el cuerpo (bisutería o joyería alternativa) debido al alto contenido de Níquel, que puede provocar alergias (sarna del Níquel) y a que el Cobre forma sulfatos con facilidad. En medicina no se utiliza. No se debe utilizar sobre el cuerpo.
Debido al alto precio del níquel, es común reducir su contenido en las aleaciones en favor de la adición de zinc o, más raramente, manganeso. Aunque estos elementos no ofrecen la misma resistencia a la corrosión ni la tenacidad del níquel, resultan más económicos y accesibles. La alpacca, por ejemplo, es una aleación más dúctil y maleable que el cuproníquel típico, y ha ganado popularidad en el mundo de la bisutería. Con ella se pueden lograr piezas de gran acabado y belleza. Yo mismo soy testigo de esto: una vez, en una feria medieval en A Coruña, visitamos a unos artesanos andaluces que me mostraron el arte de la filigrana, una herencia cultural del período árabe en el sur de la Península. Sus trabajos eran de una delicadeza extraordinaria. La alpacca se usa mucho en este tipo de creaciones porque es más fácil de trabajar que el cuproníquel y también más barata. A simple vista, parece plata, y con ella se fabrican tiaras, colgantes, pulseras y piezas ornamentales que gozan de gran aceptación.
En España y otros países europeos, el cuproníquel no siempre fue el material elegido para acuñar monedas. En muchas ocasiones, la composición química incluía grandes proporciones de zinc en lugar de níquel, debido a razones de coste y escasez. El color de estas aleaciones, conocidas comúnmente como alpacca o plata alemana, es muy similar al del cuproníquel y presentan una notable resistencia al agua marina.
El zinc, además de ser más económico, mejora la ductilidad y la maleabilidad de la aleación, aunque no posee el poder blanqueante del níquel. Sin embargo, se alea con facilidad. Una combinación típica podría ser: cobre 70 partes, zinc 20 partes y níquel 10 partes. Como se puede apreciar, esta fórmula resulta mucho más barata que el cuproníquel tradicional, compuesto por 75 partes de cobre y 25 de níquel, pero se le asemeja bastante en apariencia.
También es posible utilizar manganeso en las aleaciones. Este elemento tiene la ventaja de blanquear mucho más que el zinc, aunque su resistencia a la corrosión es inferior y las aleaciones resultantes son más difíciles de estampar. Existen composiciones más complejas que incluyen pequeñas cantidades de aluminio, estaño y otros metales, aunque no suelen emplearse para fines monetarios.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Estados Unidos retiró de circulación las monedas de cinco centavos —los famosos “nickels”— que contenían un 25% de níquel, para fundirlas y destinar el metal a la industria armamentística. El níquel era esencial para la fabricación de aceros especiales, aceros inoxidables de altas prestaciones, superaleaciones, imanes y otros componentes estratégicos. En su lugar, se creó una aleación de cobre, plata y manganeso que imitaba el color del cuproníquel original y se utilizó hasta el final del conflicto en 1945. Estas monedas son hoy muy apreciadas por los coleccionistas, y aunque contienen poca plata, su valor histórico les otorga un precio elevado en el mercado numismático.
Una vez finalizada la guerra, el níquel volvió a incorporarse a la composición de las monedas estadounidenses, y así ha permanecido hasta nuestros días (enero de 2016). Como ya he mencionado, el gobierno estadounidense ha buscado alternativas más económicas, y personalmente creo que pronto encontrarán una solución viable, si no lo han hecho ya. Resulta curioso que el níquel no haya sido retirado del repertorio monetario, considerando su elevado coste y la creciente demanda industrial.
La Alpacca, también conocida como Alpaca, Argentán, Albata, Plata alemana, Plata de hotel, Plata de imitación o Plata níquel, entre otros nombres, es una aleación de cobre, níquel y zinc patentada en Alemania en 1824 o 1825 (la fecha es objeto de debate). Fue registrada por el fabricante Berndorf como resultado de un concurso celebrado un año antes en ese país, cuyo objetivo era crear una aleación lo más parecida posible a la plata pura. Los hermanos Henninger fueron los ganadores de dicho certamen.
En su momento, la Alpacca causó auténtico furor, ya que a simple vista era —y sigue siendo— prácticamente indistinguible de la plata pura, especialmente para los ojos inexpertos. Aunque existen muchas variantes, la composición estándar se basa en 60 partes de cobre, 20 de níquel y 20 de zinc.
El éxito de la Alpacca de Berndorf se extendió rápidamente por toda Europa. Para comprender su impacto, hay que situarse en el contexto histórico: la Revolución Industrial apenas comenzaba, la burguesía emergía como nueva clase dominante, y el mundo se transformaba a pasos agigantados. El capitalismo abría las puertas de las grandes ciudades a campesinos que durante siglos habían vivido atados al trabajo duro y sin alternativas. La investigación y el desarrollo se fomentaban en todos los rincones del continente. En Inglaterra, las familias que no podían permitirse cuberterías de plata recurrían al peltre, pero los alemanes fueron más allá.
Desde antes de la colonización de América, se importaban de la India y China metales similares al cobre, resistentes a la corrosión y a las manchas, conocidos por los chinos como pai-tong (“cobre blanco”). Esta aleación permaneció como un misterio durante tres siglos, hasta que Constredt aisló el níquel en 1721, en una época en la que la química y la alquimia aún se entremezclaban. Fue en Alemania, tras el descubrimiento y explotación del níquel, donde la combinación cobre-níquel adquirió relevancia: había nacido el cuproníquel, aún vigente hoy. Un siglo más tarde, tras múltiples intentos —deliberados o accidentales—, la adición de zinc a la base cobre-níquel aumentó la ductilidad y maleabilidad de la aleación, permitiendo su trabajo en frío. Pronto fue apreciada por joyeros y artesanos de bisutería que no podían permitirse el lujo de trabajar con plata pura en una época marcada por profundas desigualdades, donde las viejas élites aún acaparaban gran parte de la riqueza del viejo y nuevo mundo.
La introducción de la Alpacca como alternativa a la plata catapultó a los metalúrgicos alemanes a la vanguardia de un proceso de innovación que continúa hasta nuestros días. La llamada “nueva plata” se expandió por Europa, incluyendo España, y desplazó a la plata original en muchas aplicaciones. Claro está, también hubo un lado oscuro: ¿quién no habría intentado aprovecharse de su semejanza para vender joyas “de plata” que en realidad eran de Alpacca? Tal era su parecido que resultaba casi imposible distinguirlas a simple vista, lo que explica el éxito de la aleación.
Aunque la Alpacca fue en su momento una marca registrada de prestigio, las aleaciones de cobre, níquel y zinc ya eran conocidas desde mucho antes. Su fabricación y composición variaban según la tradición del país e incluso de artesano en artesano. Hay evidencia del uso de aleaciones similares —lo que hoy llamaríamos “platas de imitación”— en regiones tan diversas como Persia, India o China, aunque en muchos casos su obtención fue accidental, fruto del desconocimiento técnico.
Hoy en día, la Alpacca sigue utilizándose, aunque en menor medida, probablemente debido al aumento del precio del níquel y el cobre. En cubertería ha sido prácticamente desplazada desde mediados del siglo XX por el acero inoxidable, más económico y menos alergénico. Conviene recordar que la Alpacca contiene altas dosis de níquel, lo que puede provocar reacciones alérgicas en algunas personas con el uso prolongado. Por ello, no se recomienda su uso en joyería a menos que la aleación sea de gran calidad y la persona que la lleve no tenga alergias conocidas al níquel.
La Alpacca propiamente dicha es una composición estándar que se mantuvo como secreto durante décadas, si bien se -asume- que la composición se aproximaba a la previamente descrita: Cobre, 60 partes, Níquel y Zinc, 20 partes cada uno. Hay, no obstante, múltiples variables. Por ejemplo, una aleación de Níquel, 30 partes, Cobre, 50 partes y Zinc, 20 partes también puede ser considerada una “Alpacca”, aunque se prefiera denominarla simplemente “Plata alemana”, es básicamente la misma cosa. La confusión arraiga debido a que “Alpacca” es una (o al menos fue) una marca registrada, es decir, con una fórmula definida por el fabricante. Todas las combinaciones de estos tres metales se parecen, pero sólo la fórmula ideal se asemeja en el color, tono y brillo a la Plata verdadera. Algunas modificaciones no llevan Níquel, sino Manganeso (ya sea por cuestiones económicas o por la citada alergia al Níquel) y sin embargo, se siguen considerando “Platas alemanas”. Otras aleaciones de Cobre que también son blancas, como por ejemplo el Cuproníquel (Cobre + Níquel) o el Bullion (Cobre + Plata) no son Platas alemanas, sino que tienen su propia familia.
En una palabra: lo tienen todo. Son fáciles de fabricar, resisten la corrosión (incluso por agua marina), se pueden soldar fácilmente, son tenaces, dúctiles y maleables, 100% reciclables, no-volátiles, no-tóxicas, y presentan un gran lustre. No destacan por su fuerza; se trata de aleaciones que necesitan resistir la corrosión y mantener su apariencia “joven” durante el mayor período de tiempo posible. Se pueden formar con ella alambres (bobinas), planchas de un fino grosor que luego se martillean para darle forma a esculturas, obras de arte, etc.
Son germicidas: el alto contenido de Cobre evita la formación y reproducción de microorganismos por lo que se puede usar en componentes para barcos que pasen mucho tiempo debajo del agua de mar o en sitios donde dicha capacidad sea requerida, por ejemplo, para recubrir los pomos de las puertas de un hospital.
La formación de una capa de óxido protectora de compleja fórmula química fomentada por la alta presencia de Zinc y Níquel previene a la aleación del efecto agresor del Azufre y sus combinaciones, muy afines al Cobre y sus aleaciones tradicionales (Bronces y Latones). Las Platas alemanas son muy polivalentes. El precio es ligeramente alto, probablemente debido a la alta demanda del Cobre y el Níquel que ha incrementado el precio de este tipo de aleaciones.
Como ocurre con la mayoría de las aleaciones de cobre, la Alpaca presenta una excelente resistencia a la corrosión en una amplia variedad de entornos. La presencia de níquel en su composición refuerza significativamente esta propiedad, otorgándole una mayor estabilidad frente a agentes externos. La aleación se comporta de manera muy estable en contacto con agua dulce y salada, aire seco y húmedo, así como con sustancias orgánicas como alimentos y bebidas. También muestra buena resistencia frente al azufre y sus compuestos naturales, especialmente comunes en atmósferas urbanas e industrializadas, aunque debe evitarse el contacto con ácido sulfúrico en cualquier concentración, ya que este sí la ataca de forma agresiva.
La Alpaca también tolera bien el contacto con el sudor humano, detergentes, jabones y productos de limpieza cotidianos, lo que la hace apta para su uso en cubertería y objetos de uso personal. Su resistencia frente a álcalis y sus combinaciones es notable, lo que refuerza su utilidad en entornos domésticos e industriales.
Sin embargo, la aleación no es inmune a todos los agentes químicos. Las soluciones fuertemente oxidantes pueden deteriorarla con rapidez, y aunque los ácidos reductores reaccionan más lentamente, también pueden provocar corrosión con el tiempo. Por ello, se recomienda no exponer la Alpaca a ácidos agresivos ni a ambientes químicos extremos si se desea preservar su integridad y apariencia.
Se lleva usando la Alpacca desde hace más de un siglo como substituto del metal precioso Plata en todas las aplicaciones donde el precio de este metal no esté al alcance del comprador. Con ella se fabrican cuberterías (excepto el filo de los cuchillos – siempre ha sido de Acero y luego de Acero Inoxidable desde su introducción), bisutería: anillos, cadenas, pendientes, colgantes, pulseras, etc; esculturas (normalmente de tamaño reducido debido al precio del Níquel), partes mecánicas no sujetas a grandes esfuerzos, para la fabricación de monedas, medallas y trofeos de imitación en eventos deportivos de todo tipo. Por ejemplo, en la Fórmula 1, se utiliza la Alpacca para fabricar el trofeo entregado a cada piloto del podio, normalmente con un baño de Plata (auténtica) superficial. Esto se debe a que los trofeos se entregan en cada Gran Premio y no se devuelven, sino que pasan a la colección personal del piloto, al menos, teóricamente.
En los eventos deportivos de gran calado donde se vuelca toda la atención en un trofeo en particular, se suele usar Plata real: La “Orejona”, premio máximo de la Champions League, está fabricada con Plata esterlina, sin embargo, en algunos casos, se pueden encontrar copias no reglamentarias ya sea a demanda de algún cliente en particular o por cuestiones de seguridad (por ejemplo, para exposición durante la marcha del equipo por la ciudad), sin embargo dichas copias están penalizadas y no suelen fabricarse sin el consentimiento del organismo correspondiente.
He decidido ayudarle un poco más proporcionándole detalles importantes porque sé de la peligrosidad de los engaños y trampas a los que se ve sometida la gente normalmente por parte de artesanos de baja moral y mala reputación. Además he incluido algunos consejos para su mantenimiento, seguridad respecto a la salud, etc.
La forma más directa y fiable de saber si una pieza es de plata auténtica o de Alpacca es mediante una prueba química realizada por un joyero o metalúrgico. Este procedimiento consiste en raspar ligeramente la superficie de la pieza con un abrasivo y aplicar un ácido específico que reacciona de forma distinta según el metal. Aunque es muy eficaz, puede resultar agresivo para el objeto, por lo que solo se recomienda si se está seguro de querer realizarlo.
Otra opción es evaluar la dureza mediante la escala de Mohs. Sin embargo, esta prueba no es fácil de aplicar con precisión en objetos acabados y no se considera del todo fiable para distinguir entre plata y Alpacca. Lo mismo ocurre con la densidad: aunque la plata es más densa que la Alpacca, las diferencias pueden ser difíciles de detectar sin instrumentos adecuados y mediciones precisas.
Una prueba más accesible y reveladora es observar el comportamiento del metal con el paso del tiempo. La plata auténtica tiende a formar una pátina negra al oxidarse, mientras que la Alpacca desarrolla tonos verdosos, claros u oscuros, debido a la presencia de cobre en su composición. Esta diferencia en la corrosión es uno de los indicios más útiles para identificar el material.
En realidad, cualquier platero con experiencia puede distinguir entre plata y Alpacca casi a simple vista. Aunque a primera vista puedan parecer iguales, no es tan difícil diferenciarlas con un poco de práctica y conocimiento.
También es importante tener en cuenta que algunas piezas falsificadas están recubiertas con una fina capa de plata auténtica. Estos baños superficiales pueden engañar al ojo, ya que el objeto parecerá de plata real. Algunos revestimientos son tan delgados que se desgastan fácilmente, mientras que otros son más gruesos y difíciles de detectar sin herramientas especializadas. Por eso, siempre es recomendable consultar a un profesional si se tiene alguna duda sobre la autenticidad de una pieza.