La fibra de carbono, un material compuesto formado por fibras de carbono (C) embebidas en una matriz polimérica, generalmente resina epoxi, es conocida por su alta resistencia mecánica (~3–7 GPa), ligereza (densidad de 1,75–2,0 g/cm³), y conductividad térmica moderada (20–100 W/(m·K)). Aunque el carbono, con una abundancia de ~200 ppm en la corteza terrestre, ha sido utilizado desde la antigüedad en formas como el grafito o el carbón vegetal, la fibra de carbono es un desarrollo moderno que surgió en el siglo XX para satisfacer las demandas de industrias como la aeroespacial, la automotriz y la deportiva. Su historia refleja avances en la ciencia de materiales, impulsados por la necesidad de crear estructuras ligeras y resistentes, y ha transformado sectores clave con aplicaciones que van desde aviones hasta equipos médicos.
Los orígenes de la fibra de carbono se remontan a finales del siglo XIX, cuando Thomas Edison experimentó con filamentos de carbono para bombillas incandescentes en 1879, carbonizando fibras de celulosa. Sin embargo, la fibra de carbono moderna comenzó a desarrollarse en la década de 1950, impulsada por la carrera espacial y la Guerra Fría. En 1958, Roger Bacon, trabajando en Union Carbide (EE.UU.), produjo las primeras fibras de carbono de alta resistencia al calentar rayón (un polímero de celulosa) en condiciones controladas, obteniendo filamentos con una estructura parcialmente grafítica (hibridación sp²). Aunque estas fibras eran fuertes, su producción era costosa y su rendimiento limitado, lo que restringió su uso inicial.
El gran avance llegó en la década de 1960, cuando investigadores en el Reino Unido, Japón y EE.UU. perfeccionaron los procesos de fabricación utilizando precursores más eficientes, como el poliacrilonitrilo (PAN) y el alquitrán de hulla. En 1963, científicos del Royal Aircraft Establishment (RAE) en el Reino Unido, liderados por William Watt y Leslie Phillips, desarrollaron un método de pirólisis controlada de PAN a temperaturas de ~1.000–2.500 °C en atmósferas inertes (como nitrógeno, N₂), produciendo fibras de carbono con alta resistencia y módulo elástico. Este proceso, aún utilizado hoy, permitió la producción comercial de fibras de carbono, que pronto se adoptaron en la industria aeroespacial para componentes de aviones, como alas y fuselajes, debido a su relación resistencia-peso superior al acero (hasta 10 veces más resistente por unidad de peso).
En las décadas siguientes, la fibra de carbono se expandió a otras industrias. En los años 1970, la industria automotriz comenzó a incorporar composites de fibra de carbono en vehículos de alto rendimiento, como los Fórmula 1, para reducir peso y mejorar la seguridad. En los 1980, su uso en artículos deportivos, como raquetas de tenis, bicicletas y palos de golf, popularizó el material entre consumidores. En la actualidad, la producción global de fibra de carbono (150.000 toneladas anuales en 2025) está dominada por fabricantes como Toray (Japón) y Hexcel (EE.UU.), con un mercado de ~10.000 millones de USD. Las aplicaciones incluyen estructuras aeroespaciales (por ejemplo, el Boeing 787, con ~50% de fibra de carbono), prótesis médicas, turbinas eólicas y electrónica (carcasas conductoras). Aunque los costos de producción (10–50 USD/kg) han disminuido, la síntesis sigue siendo intensiva en energía, lo que limita su uso masivo. La historia de la fibra de carbono, desde los experimentos de Edison hasta su omnipresencia en la tecnología moderna, ilustra cómo la innovación en materiales puede transformar industrias y redefinir los límites de la ingeniería.
La fibra de carbono es un material compuesto formado por filamentos de carbono (C) con hibridación sp², organizados en una estructura grafítica y embebidos en una matriz polimérica, típicamente resina epoxi, que le confiere una combinación excepcional de resistencia, ligereza y durabilidad. Con una densidad de 1,75–2,0 g/cm³, es significativamente más ligera que el acero (7,8 g/cm³) y el aluminio (2,7 g/cm³), mientras que su resistencia a la tracción (3–7 GPa) y módulo elástico (200–600 GPa) superan a los metales tradicionales, ofreciendo una relación resistencia-peso hasta 10 veces superior. Producida mediante pirólisis de precursores como el poliacrilonitrilo (PAN) a temperaturas de 1.000–2.500 °C en atmósferas inertes (como nitrógeno, N₂), la fibra de carbono no es un alótropo puro del carbono, sino un material diseñado que aprovecha la abundancia del carbono (~200 ppm en la corteza terrestre) para aplicaciones en industrias de alto rendimiento como la aeroespacial, automotriz y médica.
Físicamente, la fibra de carbono destaca por su alta resistencia mecánica y rigidez, determinadas por la orientación de las fibras y la calidad de la matriz. Las fibras, con diámetros de 5–10 µm, están compuestas por láminas grafíticas alineadas, lo que las hace anisotrópicas: su resistencia es máxima a lo largo de la dirección de las fibras, pero menor en direcciones perpendiculares. Su conductividad térmica (20–100 W/(m·K)) es moderada, útil para disipar calor en componentes electrónicos o aeroespaciales, mientras que su conductividad eléctrica (~10⁴–10⁵ S/m) permite aplicaciones en carcasas conductoras. La fibra de carbono es térmicamente estable hasta ~3.500–4.000 °C en atmósferas inertes, pero se descompone en presencia de oxígeno (O₂) a temperaturas superiores a 400 °C. Su resistencia a la corrosión es notable, siendo inmune a ácidos suaves, bases y ambientes húmedos, aunque puede degradarse bajo exposición prolongada a agentes oxidantes fuertes como el ácido nítrico (HNO₃).
Químicamente, la fibra de carbono es inerte en condiciones estándar, gracias a la estabilidad de sus enlaces sp² y la protección de la matriz polimérica, lo que la hace adecuada para entornos corrosivos en aplicaciones como turbinas eólicas o equipos químicos. Su baja densidad y alta resistencia a la fatiga la convierten en un material ideal para estructuras que requieren durabilidad sin peso adicional, como fuselajes de aviones (por ejemplo, el Boeing 787, 50% fibra de carbono) o chasis de vehículos de carreras. Aunque no es biocompatible por sí misma, puede modificarse para aplicaciones médicas, como prótesis. La producción global (150.000 toneladas en 2025) y los costos (~10–50 USD/kg) reflejan la intensidad energética de su fabricación, pero su versatilidad en aeroespacial, automotriz, deportes y energía (turbinas, baterías) la consolida como un material clave en la ingeniería moderna, combinando las propiedades del carbono con un diseño optimizado para aplicaciones de alto rendimiento.
La fibra de carbono, un material compuesto formado por filamentos de carbono (C) con hibridación sp² embebidos en una matriz polimérica, generalmente resina epoxi, es valorada por su alta resistencia a la tracción (3–7 GPa), ligereza (densidad de 1,75–2,0 g/cm³), y resistencia a la corrosión, lo que la hace ideal para aplicaciones de alto rendimiento. Con una conductividad térmica de 20–100 W/(m·K) y eléctrica de ~10⁴–10⁵ S/m, junto con una estabilidad térmica hasta ~3.500–4.000 °C en atmósferas inertes (como nitrógeno, N₂), la fibra de carbono combina las propiedades del carbono con un diseño estructural optimizado. La producción global (150.000 toneladas anuales en 2025) y un mercado de ~10.000 millones de USD reflejan su importancia en industrias como la aeroespacial, automotriz, deportiva y energética, donde su relación resistencia-peso, hasta 10 veces superior al acero, transforma el diseño y la eficiencia de productos.El uso principal de la fibra de carbono es en la industria aeroespacial, donde su ligereza y resistencia permiten construir componentes estructurales de aviones, como fuselajes, alas y empenajes. Por ejemplo, el Boeing 787 Dreamliner utiliza ~50% de fibra de carbono en su estructura, reduciendo el peso en ~20% frente a materiales tradicionales como el aluminio (Al), lo que mejora la eficiencia de combustible. En la industria automotriz, la fibra de carbono se emplea en vehículos de alto rendimiento, como los de Fórmula 1, y en coches de lujo (por ejemplo, chasis de Lamborghini o BMW i-series), donde reduce el peso y aumenta la seguridad en colisiones debido a su alta absorción de energía. También se usa en vehículos eléctricos para compensar el peso de las baterías de iones de litio (Li-ion).En la industria deportiva, la fibra de carbono es omnipresente en equipos como bicicletas de carrera, raquetas de tenis, palos de golf y cañas de pescar, donde su rigidez y bajo peso (~1,8 g/cm³ frente a ~7,8 g/cm³ del acero) mejoran el rendimiento. En energía, se utiliza en palas de turbinas eólicas, que requieren materiales ligeros y duraderos para soportar cargas dinámicas, y en carcasas de baterías y supercondensadores, aprovechando su conductividad eléctrica. En medicina, la fibra de carbono se emplea en prótesis y equipos de diagnóstico (como placas de rayos X), ya que es radiolúcida y permite imágenes claras sin interferencias. En la industria marítima y de construcción, se usa en cascos de barcos y refuerzos estructurales, resistiendo la corrosión por agua salada y ambientes húmedos mejor que los metales tradicionales.Aunque los costos de producción (~10–50 USD/kg) y la intensidad energética de la pirólisis de precursores como el poliacrilonitrilo (PAN) limitan su adopción masiva, los avances en reciclaje y métodos de fabricación más eficientes están ampliando su accesibilidad. La fibra de carbono, con su capacidad para combinar resistencia, ligereza y estabilidad química (inmune a ácidos suaves y bases), sigue redefiniendo los estándares en ingeniería, desde aviones y automóviles hasta aplicaciones médicas y deportivas, consolidándose como un material clave en la tecnología moderna.