Los metales son en esencia, inmortales, porque los átomos que los componen lo son. Puedes derretirlos, abrasarlos, pulverizarlos u oxidarlos, pero nada de lo que hagas afectará a las partes constituyentes de su núcleo. Nada, excepto una enorme fuente de energía. Por ejemplo, bombardear una lámina de Aluminio con neutrones de alta velocidad, aunque en éste caso no hablaríamos de destrucción, si no de transformación. Incluso la palabra “transmutación”, tan perseguida durante siglos por los alquimistas, es posible a día de hoy con aceleradores de partículas que son capaces, efectivamente, de alterar el núcleo de un átomo, convirtiéndolo en otro elemento, pero en ningún caso haciéndolo desaparecer o “destruyéndolo”.
Las aplicaciones de los Aceros Inoxidables son múltiples, pero se basan en un principio fundamental: su resistencia a la corrosión. No obstante, el adjetivo “Inoxidable” hace un flaco favor al pequeño investigador o estudioso, amante en general, del conocimiento de los materiales, especialmente, como es el caso, el de los metálicos o relativos a la metalurgia.
El Carbono puro se presenta en dos formas minerales naturalmente presentes en la naturaleza: el Grafito y el Diamante. Dichas “formas” reciben el nombre de álotropos y son tan distintas entre sí mecánicamente que deben ser tratadas aparte la una de la otra, sin embargo, no son las únicas. Llamamos álotropo a las diversas formas sólidas de un mismo elemento atendiendo a sus diferencias en lo que respecta a la estructura cristalina. A su vez, la estructura cristalina de un elemento o compuesto (sea natural, como un mineral, o sintético, como una cerámica) no es más que la forma en la que están dispuestos los átomos de dicho elemento.