Reciclaje: Un ciclo sin fin

Los metales son en esencia, inmortales, porque los átomos que los componen lo son. Puedes derretirlos, abrasarlos, pulverizarlos u oxidarlos, pero nada de lo que hagas afectará a las partes constituyentes de su núcleo. Nada, excepto una enorme fuente de energía. Por ejemplo, bombardear una lámina de Aluminio con neutrones de alta velocidad, aunque en éste caso no hablaríamos de destrucción, si no de transformación. Incluso la palabra “transmutación”, tan perseguida durante siglos por los alquimistas, es posible a día de hoy con aceleradores de partículas que son capaces, efectivamente, de alterar el núcleo de un átomo, convirtiéndolo en otro elemento, pero en ningún caso haciéndolo desaparecer o “destruyéndolo”. 

Procesos como esos requieren, como ya hemos visto, fuentes de energía tan inmensas como lo son el calor, la presión y radiación propias de las estrellas. 

Lo que nosotros vemos en nuestro día a día sólo involucra a los electrones, nunca al núcleo. Siempre que se oxida un clavo, o se fractura una barra (sea del metal que sea) todos los cambios ocurren en los enlaces que dependen de los electrones. El núcleo permanece intacto. Con contadas excepciones como es el caso de los gases nobles, la enorme mayoría de átomos pierden y ganan electrones sin cesar dependiendo de si son “donantes”, como los alcalinos, o “receptores” como el Oxígeno o el Flúor. La vida en sí misma, el movimiento, la transmisión de energía y la generación de calor están protagonizadas por los enlaces electrónicos entre átomos de toda clase de elementos.

Cuando el generador quema gasolina, en realidad está produciendo energía mediante una conversión, pero en esencia, es superficial. Digo superficial, porque los átomos se separan y reagrupan indefinidamente, pero no hay cambios en el núcleo. 

Los átomos que componen tu cuerpo tienen millones de millones de años de antigüedad, y antes de constituirte, han sido agua, o bien parte de un animal o un vegetal. El átomo de Hierro que sirve de eje para la molécula principal de la hemoglobina que llevas en la sangre es idéntico al que tocas cuando usas una llave de mecánico. Los átomos son virtualmente indestructibles, inmutables, y seguirán aquí pase lo que pase.  

En el caso de los metales, como no podría ser de otra manera, es especial. Uno de los principales motivos por los que me gustan tanto desde pequeño es por la mera idea de poder re-inventarse infinitamente. Cuando reciclas, estás formando parte de un proceso de reconversión de un metal que no necesariamente volverá a formar parte de otra lata, si no que de hecho, podría enviarse a una fábrica de paneles de aviones. A niveles atómicos, no hay diferencias de clase o calidad: los átomos que una vez formaron parte de una lata de cerveza mala perfectamente pueden pasar a formar parte de un motor V8 de un deportivo de altas prestaciones. 

Todos los metales son reciclables, lo único que cambia es que algunos son más fáciles de reconvertir que otros. El Hierro en su forma más común, Acero, por poner un ejemplo, sirve para formar las vías de un tren, las patas de una mesa, una olla, un anillo o incluso un pigmento artificial como el “Prusia Azul”. A niveles atómicos, no hay merma.